viernes, 4 de enero de 2013

autobiografía razonada de una loca expulsada del armario (fragmento)








El Origen de las Especies




Desde la ventana de mi habitación, podía ver a mi esposa y a mis jóvenes hijas nadando en un mar color oscuro como el vino tinto. Mi medio hermano Alan, mago de la informática, está sentado a la sombra de un tupido árbol en su silla de ruedas. Junto a él, su novia descansa sobre una toalla. Sus piernas están tendidas relajadamente, pero sus brazos se enredan en una postura que le dificulta pasar las páginas del libro que está leyendo. 

Estoy en Grecia, en la isla de Icaria después de mi última visita hace veinte años. Más allá del horizonte descansan las cenizas del que me trajo aquí por primera vez.

A medida que fluyen mis recuerdos, añoro mi niñez y algunos de los extraños sucesos que marcaron mi adolescencia. Sucesos como la tentativa de asesinato de mi padre a nuestro jardinero con un bate de croquet y una maza; mi tórrida aventura con la madre de un compañero de clase; el milagro de la inmaculada concepción de La Srta. Malinski; como casi escapé del criminal Herbert Schmitt en Alemania.

La última vez que estuve aquí en Icaria fue para hacer una peregrinación sentimental a una tumba. Luego, mi boda y mi trabajo ayudando a niños afectados por la Talidomida, me mantuvieron ocupado y nunca volví. Cuando unos amigos de mi esposa nos ofrecieron alquilar la casa que poseen en la isla, ella estaba muy dispuesta a ir. Así que acepté, aunque tenía ciertas reservas. Hasta ahora Icaria, de alguna manera, había sido mi territorio privado.

Ahora, la terrible violencia del crimen de mi Padre, puede ser atribuido a efectos secundarios de un caso extremo de Alzheimer. Hoy sigue confinado en Littleburn, una unidad segura para los criminales dementes, pero ya no es violento. No reconoce a nadie ni tiene recuerdo alguno del pasado, aunque alguna vez se le oye murmurar estas dos palabras: “Lady Chatterley...” 

En el caso que heredara esta temible enfermedad, siento la urgencia de plasmar mi pasado sobre el papel. Si perdiera la memoria, mi mujer tendría que informar a mis hijas que tienen un medio hermano, del que desconocen su existencia. No quisiera que una de ella lo conociera por casualidad e inocentemente se casara con él, como una heroína predestinada de una tragedia griega.

Fue la Srta. Ogilvy -mi directora del teatro de la escuela primaria- la primera que despertó mi fascinación por los mitos Griegos. Ahora tenía espacio para la fantasía y para que mi mente tomase vuelo con cuentos épicos de Gorgonas y Centauros. Siempre recuerdo su colorida versión sobre el origen de las especies:

“En un principio, ni humanos ni animales poblaban la Tierra. Sólo existían Dioses y Titanes. En un cierto momento del remoto pasado al primogénito de un poderoso Titán llamado Epimeteo, Zeus -Rey de los Dioses- le ordenó crear nuevas criaturas para este desolado planeta usando barro y fuego. Utilizando su particular imaginación, Epimeteo inventó toda clase de bestias, insectos, peces y animales cazables, muchos de los cuales se encuentran ya extintos. Forjó el dodo, la raza de los dinosaurios, pterodáctilos y brontosaurios, caballos voladores y peces de cuatro patas.

Mientras Epimeneo se afanaba en crear estos animales fantásticos, su hermano Prometeo, más prosaico,  deseando no quedar excluido, cogió un puñado de arcilla. Como no tenía mucha fantasía artística, empezó torpemente a moldear estatuillas a imagen de los mismos Dioses. Coció estas imágenes vulgares en un horno, soplando sobre ellas para enfriarlas, dándoles así el aliento de una vida mortal.

Los animales que su hermano hábilmente había forjado, estaban provistos de todo lo que necesitaban y eran asombrosamente autosuficientes. Eran peludos o de piel curtida para mantenerse calientes. Sus retoños se defendían por si mismos casi de inmediato. Las criaturas de Prometeo estaban desnudas e indefensas y propensas a todo tipo de enfermedades .

Su hermano mayor, Epimeteo, reía con menosprecio del ridículo esfuerzo de Prometeo.

“Que criaturas tan feas e inútiles. Parecen imitaciones nuestras distorsionadas y monstruosas. No es que importe porque no llegarán a vivir mucho” decía.

Indignado de las mofas de su hermano, Prometeo decidió robar el secreto del fuego de los espacios del Olimpo para ayudar a sus frágiles mortales que rápidamente estaban muriendo de frío.

Zeus se indignó, no sólo por el robo de los rescoldos de las chimeneas Olímpicas, sino por el intento de crear nuevos seres a imagen de los Dioses. Castigó a Prometeo, atándolo a una estaca en los Caucasos. Cada mañana un águila se precipitaba sobre él y le arrancaba trozos de carne con sus garras  abriéndole  el costado. Entonces el águila picoteaba un trozo de su hígado hasta que no quedaba nada. Pero cada noche, a Prometeo le volvía a crecer el hígado y así quedaba condenado a una agonía perpetua.

Zeus también decidió castigar a los desafortunados mortales por haber aceptado -inconscientemente- el regalo del fuego. Con habilidad infinita, moldeó una figura inspirada en su esposa Hera, en uno de sus momentos de ira. Como en broma, la llamó Pandora, que significa “Todos los Regalos” y animándola con un soplo de vida, la encerró en una caja de madera sellada, escondida en la Tierra. Dentro de este arcón se guardaban todos los males imaginables, pero no era tan inaccesible y la curiosidad pronto se dejó ver. Pandora estornudó y esto impulsó a que la caja se abriera. Con un horrendo aleteo y bramido, salieron todos los desastres: Malicia y desdén; avaricia y odio; ira y guerra y todas las penurias que azotan la tierra.”


“Pandora fue la Eva original,” explicó Miss Olgivy. “a pesar de que Eva trajo el Mal en forma de manzana.”

Poco después de oír la historia de Pandora, estaba jugando a doctores y enfermeras con una niña de seis años, escondido en unos arbustos cerca del colegio. Ella, haciendo de paciente se quitó su ropa interior del uniforme para poder examinarla. Miré con interés su rajita por ser la primera vez que la veía de tan cerca.

“Estoy enferma, doctor?” me preguntó.

“Sí,” respondí. “Tienes una fea herida y seguramente te desangrarás.”

“Eso no es una herida, Philip,” dijo.

“Y entonces ,qué es?” pregunté.

“Es mi cajita,” respondió.

A medida que crecía, me fascinaron, aún más, las leyendas Griegas y empecé a compararlas con acontecimientos de mi adolescencia, preguntándome si podrían añadir un significado y explicación a la vida. Ciertamente, desde el punto de vista de un niño, los hechos de dioses y héroes cubrían mucho campo de experiencia.





Junio 1960 













Los Hechos de la Vida 

          

San Pancracio, una escuela privada que proveía a chicos entre los ocho y trece años, era un edificio Victoriano, laberíntico y de ladrillo rojizo, de tres pisos con áticos bajo su techo inclinado, y varias chimeneas altas de las cuales, sólo dos desprendían humo. Se encontraba en un amplio espacio con vistas a los pies de las colinas de Wiltshire. Había extensos espacios de grama donde se plantaron -como un sueño- bosques llenos de abedules, sicomoros, encinas, robles, abetos, arces y almendros. Había sido la casa de  campo de un adinerado cervecero, y el interior se modificó para albergar una colección de fríos dormitorios con camas de metal, oscuras aulas con muebles usados y amplias pizarras, un espacioso comedor con una gran chimenea que nunca se encendía, dependencias para el personal, enfermería, gimnasio, capilla y aseos. Tenía el olor característico de estas instituciones: desinfectante, serrín, calcetines usados y col hervida.

El estudio del director olía como él mismo, solo que más aún: humo de pipa, tweed húmedo y cuero de sus chirriantes zapatos y su usada mecedora, sobre la que debíamos tomar posición para ser disciplinados. También se detectaba la presencia del temor pegada a las paredes, ya que la adrenalina tiene cierto olor que los perros pueden sentir inconfundiblemente. Provenía de cientos de chicos disciplinados en el pasado y de los que “lo iban a ser”, siendo el profesor de Latín el que castigaba con más ardor y vigor que el director.

Habíamos pasado nuestro examen de ingreso y era mi penúltimo día de preparatoria. Ahora, nosotros, un pequeño grupo de treceañeros, íbamos a recibir una charla relajada del director. Otros de mi curso ya habían recibido este beneficio, pero habían prestado juramento de secreto. Yo había tanteado a mi amigo Baxter sobre lo dicho pero apenas murmuró algo comprensible e inquietante.

Un pequeño grupo nos sentamos en el suelo encerado, haciendo un círculo alrededor de los zapatos gastados del director. Miré la vara en el receptor de paraguas junto a la chimenea de mármol. Estaba hecha de sauce y había sido bautizada como “aviso” por el director, según la caña con la que golpeaban a Pip en “Grandes Esperanzas” de Dickens.

“Y tus mayores esperanzas” entonaba el profesor “son seis de las mejores. En posición!”
Pero esa mañana no habíamos sido llamados a su estudio para la corrección.

“Durante el recreo de esta mañana, me gustaría conversar con estos chicos en mi estudio” había anunciado el educador, después del desayuno mientras nos iba nombrando.

Así que allí estábamos, esperando. El director se aclaró la garganta, fumó su pipa un par de veces y entonces empezó.

“No podemos saber lo que impulsa a un hombre a enamorarse de una mujer. no podemos imaginar la química misteriosa que existe cuando,por ejemplo, un hipopótamo atrae a otro, pero eso es el misterio del amor.”

Recordé a su mujer que se paseaba por el colegio, que parecida curiosamente a un hipopótamo. El director también parecía un ave de presa con su cara huesuda, penetrantes ojos azules, pelo blanco rigurosamente colocado y pico aguileño. Había visto fotos de pájaros sentados sobre la boca de un hipopótamo - ¿o era un rinoceronte?
“Todos vosotros sucumbiréis a la magia del amor un día u otro y cuando ocurra querréis casaros y tener hijos.”

El director entreabrió la boca y nos miró tras sus bifocales con una mirada condescendiente.

“Bien, ¿Sabe alguien como se hacen los niños?”

Sentándose sobre su su craquelada silla de cuero, fumó un poco su pipa, llenando la habitación con nubes de un humo azul irritante. Miramos al suelo con vergüenza. Norrie tosió.

“¿Lo sabes tu, Norrie ?” preguntó ,dirigiéndose al delicado hijo de un doctor.

Su pálida faz se sonrojó.

“¿Alguna vez tu padre -siendo médico- ha mencionado los hechos de la vida?” le preguntó con naturalidad.

“Creo, Señor” tartamudeó Norrie, “que el hombre pone su cosa en...”

“¿Su cosa?” le interrumpió. “¿qué cosa?”

“Su cosita...”

“ Se llama pene, Norrie...”

Hubo una risita de algunos alumnos.El director lo ignoró y fijó su mirada en el ventanal de su estudio que describía santos sufriendo dolorosas e innovadoras formas de torturas.

“Introduce el pene en la mujer y...” Norrie me miró implorante.

“¿Y...qué, Norrie?” le preguntó, aún concentrado en un ícono, iluminado por el sol de la mañana, de un San Sebastián extasiadamente atravesado por una lluvia de flechas.

“y se hace pis dentro...”

“¿De veras?” le preguntó inclinándose hacia él.

“Si” dijo Norrie respaldando lo dicho. “Es mejor hacerlo cuando has bebido mucha agua y tu orina es clara....” 

“Muy considerado, seguro” se burló.

Hubo un temblor nervioso entre los púberes escolares. Norrie me miró consternado ya que yo le había contado la historia que había oído de Wingfield Junior, que a su vez lo había oído de su hermano mayor.

“No se de donde sacas tu información, Norrie, pero es basura. Tu madre no concibió - como Danae - con una rociada de lluvia dorada. Por eso estamos teniendo esta pequeña conversación antes de pasar a vuestras escuelas públicas y hacer el ridículo.”

Norrie, sonrojado, fijó su vista en el suelo.

“¿Alguien más lo sabe?”

Se hizo el silencio. Nadie era lo suficientemente estúpido para ser otra víctima del director. Era conocido por su costumbre De hacer explicar a los alumnos algo para luego humillarlos y entonces decirles “estais entera y completamente equivocados”

“Así pues,” empezó. “Como estaba diciendo, uno se enamora y se casa. En la noche de bodas, la vista y el pensamiento del ser amado cuando se tiende a su lado en la cama, causa la erección del pene. Se inserta el miembro en las partes íntimas de la amada y se va moviendo. Esto causa un placer considerable. Finalmente, se llega al orgasmo. Entonces, se eyacula cierta cantidad de espermatozoides que salen de los testículos. Estos, como renacuajos, se disparan a los ovarios del ser amado. El ganador de esta carrera fertiliza un huevo que se transforma , nueve meses después, en un bebé.”

El director movió su silla y nos observó, sentados, obedientemente , a sus pies.

“Se trata de la fertilización de los huevos, por lo que ,en Pascua, hay huevos.
Pascua, Easter en inglés, surge de la palabra estrógeno que es fértil y La Pascua es un período de bonanza cuando se renuevan las cosechas y se revive la muerte de Cristo que murió por nuestros pecados. “¿ Alguna pregunta ?

Todos estábamos demasiado nerviosos o asombrados para hacer cualquier pregunta, a pesar de tener cientos de ellas. Me fijé la chimenea vacía, pesando todavía en su mujer como hipopótamo. Para mi era un ciertamente un misterio que pudiera encontrarla atractiva, pero eso era lo que nos estaba explicando. Enamorarse de una mujer era, aparentemente, algo inexplicable y fuera de nuestro control.

“Bien “, nos dijo. “ Ahora todos entendereis lo de los pájaros y las abejas.”

Yo no comprendía que tenían que ver éstos con nada y no se lo iba a preguntar. Cambiamos de posición. Un par de niños murmuraron un “gracias Señor”.
“Hay otra cosa más antes de marcharos” -nos dijo mirando al suelo-. “Es un poco desagradable pero me temo que os tengo que advertir”.

Nos quedamos esperando. Noté que Baker pasaba bajo la ventana del estudio atisbando con curiosidad. Al darse cuenta que lo miraba, me sacó la lengua y desapareció detrás de un arbusto de lilas.

“En vuestros colegios públicos os encontrareis con algunos chicos mayores que tienen tendencias “ contra natura “. Estos jóvenes merodean, a menudo, Los servicios. Y lo que les gusta hacer....” hizo una pausa como buscando las palabras correctas, “ bien, he dicho que era algo increíblemente asqueroso....lo que les gusta hacer es meter sus penes en el trasero de los más jóvenes. Es increíblemente asombroso, lo sé.”

Nos miramos el uno al otro asombrados.

“ Bien, ahora estaís advertidos,” nos dijo dirigiéndose hacia la puerta. “Apartaos de todo chico merodeando los servicios públicos y guarden esta conversación entre ustedes. No quiero que los chicos más jóvenes oigan una versión distorsionada de los hechos de la vida antes de abandonar este colegio.”

Salimos en silencio, cada uno de nosotros, sin duda meditando en privado las revelaciones del director. Antes de poder discutir lo oído, sonó el timbre, señal de que el recreo de las once había acabado y marchamos hacia las clases que nos tocaban. Enseguida, el Señor Stichings, el profesor de Latín, tan alto y estirado, se colocó frente a la pizarra. Nos dijo que como estábamos a punto de dejar el colegio, no tenía mucho sentido darnos una clase de Latín. Así que nos contaría cosas sobre la antígüa civilización Griega que tendríamos que estudiar en nuestras escuelas públicas.

Empezó: “ Grecia fue la cuna de la civilización.Su lengua es mucho más hermosa que el Latín y pronto tendreis el privilegio y la obligación de aprenderla...”

Nuestro primer paso sería aprender su alfabeto. Ya hemos visto algunas de sus letras en la capilla del colegio, nos dijo. En la cruz se encontraba la inscripción IHS que eran las palabras griegas para JES -las tres primeras para Jesus.
Otro ejemplo era el símbolo del pez en nuestro libro de salmos, código religioso secreto durante la era Romana cuando estaba prohibido el Cristianismo. En Griego las iniciales para las iniciales de las palabras Jesucristo Hijo de Dios y nuestro Salvador eran ICHTHYS, traduciéndose pez. De aquí la la palabra ichthyoid, significando, en forma de pez. Me gustó la palabra ichthyoid y se me quedó en la memoria.

Mientras el Señor Stitchins escribía en la pizarra el alfabeto griego, mi mente recordaba las extrañas revelaciones del director. ¿ Quienes eran esos chicos que amenazaban los baños públicos ? ¿ Qué querrían hacer con nuestros traseros ? ¿ Porqué nos había hablado de hipopótamos ?

Hasta ese momento, mis pocos conocimientos de los hechos de la vida me los había contado mi amigo Baxter. Un año antes, me había preguntado, durante el desayuno de media mañana si sabía lo que era “grape”, en inglés, uva. Le respondí que era una fruta. “grape sin la g” me respondió riendo.

“¿Rape?” le pregunté.
“¡Calla!” me susurró. “¡ no tan alto ! ¿ Sabes lo que quiere decir ?”
Moví la cabeza. Baxter rió y se negó a responderme.
Esa noche me acerqué a su cama al apagarse las luces y pensando que los otros estarían dormidos.
Rozándole el hombro me acerqué a su oído. “¿Qué quiere significa rape?”, murmuré. Baxter gruñó, medio dormido, y entonces me dijo:
“Es lo que se le hace a las chicas. Me lo contó mi hermano. ¿Sabes lo que quiere decir engrasar?”

“Suena sucio” respondí.

“Mi hermano dice que si te frotas la cosita, se te pone dura y te sientes bien. Así es como te engrasas y si lo haces con una niña es rape (violación en inglés)”

“No lo comprendo” le murmuré.

“Te frotas con las sábanas o con la mano....”

Hubo un sonido repentino de la puerta del dormitorio que se abrió bruscamente.

“¿Quién habla después de la hora de dormir?”, sonaba la ronca voz de la matrona encendiendo las luces. “¡Bien!”¡ Alfred Baxter y Philip Harrison!.¡ Bajen  los dos a ver al director !” gritó, mirándonos con sus gafas de alambre.

Nos pusimos los camisones y seguimos a la Sra. Smart desfilando por el pasillo. Como siempre, iba vestida con su uniforme almidonado y su gorra, Con sus pesadas piernas como bolos y sus pies con sus zapatos de cordones.

Poco después de mi apaleo y con el picor aplacado, mis nalgas sintieron una sensación templada y cosquilleante. Volviendo a la cama, me puse de espaldas e intenté frotarme con las sábanas como me había sugerido Baxter. Después de intentarlo un rato, mi pene se sintió irritado y pareció que no iba a pasar nada. Me rendí adormilándome y decidí que Baxter me había engañado.

Un par de meses más tarde, me volví más insistente. Pensé que tenía que haber algo de cierto en la historia de Baxter. Finalmente ,después de giros forzados y roces con las ásperas sábanas del colegio, pareció que iba a progresar algo. Mi pene estaba duro,aunque irritado por la  burda tela. Continué un rato ,sin que se me pasara nada por la cabeza hasta que ,de pronto hubo un chorro involuntario. Paré, confundido.¿ Se me había explotado un vaso sanguíneo de tanto frotar? ¿Tenía una hemorragia? 
Consternado, me deslicé de la cama y de puntillas salí del dormitorio hasta llegar a los servicios. Ahí, de pie junto al lavabo bajo una luz fluorescente, observé bien mis pijamas y manos. Ví que el líquido no era sangre, aliviado.Tampoco olía a orina. Esto es de lo que Baxter había hablado. Tenía que ver con lo de la violación.

Cuando dejé la preparatoria, nunca volví a ver a Baxter. A veces pienso que habrá sido de él.

















Actos Bestiales.






Mientras volvía a casa para las vacaciones de verano, aún daba vueltas a la extraña conversación con el director. Vivía en Grenvale Towers  una aislada casa de granito en las Tierras Bajas de Escocia. Tenía una mezcla rara  de estilo francés del siglo diecisiete y del gótico Victoriano novecentista. Desde atrás, podía tener algo de un pequeño y oscuro castillo de La Loira, con almenas, una torre y un techo de pizarra. El Frente era más feo, con su exagerado estilo gótico y un arco pretencioso a la entrada, reminiscencias de un mini Albert memorial. Para su clase, era de modestas dimensiones. El espacio principal tenía una docena de habitaciones y cerca de seis recibidores y una cantidad abandonada de dependencias de servicio en los áticos y sótanos.

La casa estaba a siete millas de del pueblo de Grenvale y a veinticinco de Edimburgo. El edificio más cercano, a tres millas, era una prisión para sociópatas llamado Littleburn. De tanto en tanto sonaba una sirena, advirtiendo de la huída de un algún maníaco y mi madre mandaba cerrar todas las puertas de la casa por si alguno entrara, mientras mi padre y el vaquero patrullaban el lugar con fusiles.

Mi abuelo había sido un terrateniente y mi padre a duras penas mantenía unas cuantas vacas y caballos. Las vacas se engordaban con los pastos veraniegos antes de ser enviadas al matadero y el establo mantenía seis o siete caballos. En Verano, se les sacaba a pastar, menos  el potro era guardado, cautivo todo el año y cuyo nombre era Pegaso. Solía haber dos potros, pero a uno lo tuvieron que matar por haber golpeado a mi padre en la cara. al ser hijo único, pasaba mucho tiempo con nuestros animales, jugando con los Labradores de mi padre, montando a caballo y hasta las vacas. En un lado de la casa había una cancha de tenis. En preparatoria ,era bueno jugando pero en casa nunca encontraba compañero así que me pasaba horas lanzando bolas contra una pared o practicando mi servicio. No teníamos vecinos ni amigos en el pueblo ya que mi madre decía que todos los lugareños eran demasiado vulgares. el mozo era un indivíduo taciturno de cincuenta años llamado Evans, que sólo venía a trabajar cuando le parecía. Generalmente pasaba una hora a las seis de la mañana y otra al atardecer, viniendo del pueblo en moto, así que casi no lo veía.

Por la noche, yo continuaba con mis infantiles experimentos con la masturbación ya que el amor, deseo o fantasías nunca formaban parte de mis pensamientos. Una eyaculación se producía sólo por fricción y no despertada por pensamientos eróticos de una hembra hipopótamo como en la metáfora 
de la esposa del director.

Extrañamente mis primeros y ligeros sentimientos de deseo, fueron por un animal. Era Dafne, mi yegua castaña, A la que solía sacar a pasear por las tierras de los dominios paternos, durante los largos días y noches del Verano.

Una noche cabalgaba a Dafne a través de los campos hacia una laguna -típica de Escocia- donde me gustaba nadar. Después de haber bebido del lago, la até bajo la sombra de un roble, me desnudé y me zambullí. El agua estaba salada y fresca. Moviendo el agua, vi una serpiente verde que se deslizaba en la orilla hacia los rododendros. Nadé en el lago durante un par de largos y me tendí bajo el dorado sol para secarme. Al mirar hacia arriba tuve una vista de Dafne con sus partes íntimas que se abrían y cerraban. Estaba en celo. Esta visión atizó mi curiosidad y me incorporé para inspeccionarla de cerca. Su caja de Pandora estaba trémula y sentí ganas de tocarla pero cuando le acerqué el dedo echó la cabeza para atrás y relinchó. Me retiré, inseguro de si su reacción había sido de bienvenida o de advertencia.
Hace unos días leí en el diario The Scotsman que un conductor de autobuses en paro había raptado a una soltera de setenta años y le habían sentenciado a seis años de cárcel.
Esta noticia me dejó perplejo. Baxter me contó que el raptó o “graptó” con violación era una fantasía para las mujeres. Porque entonces deberías ir a la cárcel, si además estabas haciendo realidad los sueños de una pobre solterona?.Pensé en preguntar a mi padre pero casi nunca le veía y él estaba siempre muy ocupado con sus amigos de golf y las cacerías. Nunca mostró el más mínimo interés por mi, ni por mis chispeantes preguntas. Mi madre tampoco resultaba de gran ayuda. por aquel entonces pensé que era fría, histérica y con tendencia a violentos cambios de humor. Después supe que sufría de depresión y tomaba tranquilizantes. Hasta lo que en mi memoria puede recordar, se pasaba en la cama la mayor parte del tiempo. cuando yo era joven, dejo instrucciones estrictas a mi niñera por las que no debería molestarla mientras estuviera en su habitación.

Mi conocimiento sobre el pasado de mis padres era remoto. Sí sabía que los padres de mi madre habían muerto cuando aún era joven. Había sido adoptada por una tía sin descendencia y educada en una casa estricta y sin cariño.

Mi madre me contó que había conocido a mi padre en un baile justo antes de la guerra y descubrió que era sobrino de su padre adoptivo. Tuvieron un cortejo rápido , y como la mayoría de parejas entonces, estaban ansiosos de afianzar su relación antes de que empezaran las tragedias de la guerra. Como sólo estaban emparentados muy distantemente, no había razón por la que no pudieran casarse.

Antes de la boda, había pasado un año en Alemania , terminando su educación , y descubrí que en 1937, había estado comprometida con un oficial alemán de las SS, a pesar de no hablar de ello.

Durante la guerra , mi padre había servido bajo Montgomery en el Norte de Africa. Era teniente, pero fue misteriosamente degradado por hacer su sevicio por Rey y Patria, o así nos dijo. Después de dejar el ejército, nunca tuvo otro trabajo. LLeno de amargura, escribía cartas sin parar al departamento de guerra o a otras pertinentes autoridades, pidiendo compensación por tal tratamiento injusto.

“Debería haber sido General” le escuché una vez, irritado al Mayor Boreham.

Luego descubrí que había sido rebajado por matar salvajemente a un prisionero alemán a golpes de bayoneta, cosa que contravenía las reglas de la guerra.

Desde que tengo memoria, recuerdo que mis padres dormían en sitios opuestos de la casa. Aunque mi padre era propietario de la casa, mi madre había aportado una dote suficiente para vivir bien, sin que ninguno de los dos tuviera que trabajar. Esto fue posible gracias a la venta del negocio de imprenta de mi abuelo adoptivo, cuyas ganancias se metieron en un fideicomiso para mi madre.

Más tarde me enteré que las condiciones del testamento de mi abuelo estipulaban que si mis padres se divorciaban, la herencia de mi madre tendría que tocarme a mí. Recordando el pasado, parecía no haber mucho amor entre ellos y sin duda, por ésta claúsula de mi escocés y puritano abuelo, seguían juntos.

Mi madre no exteriorizaba señales de amor maternal hacia mí y supe, desde niño, que debía mostrarme o hacerme oír lo menos posible. Recuerdo preguntarle cuando tenía sobre cuatro años, de dónde venían los bebés. Me asustó al reír estridentemente, diciéndome que eran criaturas malignas a las que habían expulsado del infierno. Cuando tenía siete años, cuando la coronación de la Reina Isabel, le pregunté cómo se elegía a una Reina de Inglaterra. Me horroricé cuando me dijo que sacaban a una mujer entre la multitud y le clavaban una corona en la cabeza con clavos de seis pulgadas. Cuando cumplí los ocho, riendo, le informé que mi niñera alemana de dieciocho años , tenía una nueva manera de bañarme. Me ponía de pie en la bañera y me chupaba el pene. La cara de mi madre se avinagró al contarle esto y la confidencia provocó el ser golpeado por mi padre con una fusta. La alemana fue despedida, supongo, Ya que al día siguiente había desaparecido. Después del incidente, decidí no preguntar ni decirle nada más a mi madre.

Con mi padre, el contacto se reducía a lo más mínimo. Nunca habría soñado compartir ninguna confidencia con él,sabiendo que no sería bienvenida.

Desesperado por saber lo que era violación de verdad, recurrí al diccionario de la biblioteca y descubrí la definición: “forzar a una mujer a tener relaciones sexuales en contra de su voluntad.”

Esa noche, al borde del estanque, admiré la grupa de Dafne. Era lustrosa, curva y bien proporcionada. Sintiéndome más atrevido, la examiné con una rama de roble. Se estremeció al descubrir su interior. Pero, para violarla, necesitaría algo sobre lo que ponerme de pie sino nunca alanzaría mi objetivo. Decidí que  un cubo sería ideal, pero no había ninguno cerca del estanque al estar apartado de la casa. 

Dejé a Dafne en un pasto y me apresuré a volver a casa. Al acercarme, oía el eco distante de la risa de unos caballeros, los cotorreos de las señoras y los golpecitos de unas bolas de croquet pasando los aros. A pesar de que la escena estaba fuera de mi vista, ocultada por unos cipreses, me la imaginaba.
Mi padre estaría en el campo de juego  junto a sus amigos golfistas, jugándose pequeñas sumas de dinero. Mi madre estaría sentada en su blanco banco bajo la morera,hablando con las esposas y sorbiendo jerez.

Esa noche medité sobre mis extraños planes, sentado en la cocina de servicio, cenando con la cocinera. Arriba, mis padres tenían invitados y cuando había compañía, no se me permitía acompañarlos. No me importaba y prefería sentarme con La señora McGills y escuchar su hosco cotilleo.

De alguna manera , conocía a la señora McGills mejor que a mi madre,a pesar de no ser, tampoco, Una fuente de afecto maternal. Había conseguido su carnet de conducir durante la guerra y trabajado como lechera, distribuyendo leche, hecho único que normalmente correspondía al hombre. Fue ella la que me llevaba a la escuela primaria todos los días en su viejo Ford, o si estaba estropeado, en el Lanchester de mi madre. su marido era conductor de  tanques en la guerra y había muerto en Italia.

“Fue mi marido el que me enseñó sobre motores” decía a menudo con sonrisa alegre. “Era mecánico. Antes de la guerra no eran muchas las mujeres que podían conducir y creo que yo era la única lechera de Escocia”.

La señora McGills había aceptado trabajar en casa de mis padres ya que cojeaba un poco y ya no podía conducir por largos trayectos.Entretenerse en la cocina era suficiente para ella, decía,y redujo el ir caminando al mínimo. Siempre mandaba la comida de la familia por un montaplatos a la despensa junto al comedor. Entonces tocaba la campanilla y uno de nosotros la llevaba ala mesa.

La cocina era un lugar que los propietarios de casas como la nuestra no visitaban apenas. Llevaba a un comedor de servicio sin usar y a su vez, a varias habitaciones polvorientas, para coladas, y al calentador..Había un piano roto en el comedor del servicio que los criados usaban cuando cantaban. Ahora, el único personal que tenían mis padres, aparte del vaquero, eran la señora McGills, Trenton, el jardinero y la señora Mackay, la asistenta que venía a diario.

El aspecto de la señora McGills era desgarbado y grasiento, con su pelo enmarañado en un moño trenzado. ‘Ichthyoid’ fue el nombre con que decidí 
nombrar aquella personalidad, después de saber de su hipertiriodismo y que provocaba su aspecto de ojos de pez, saltones y su papada. Siempre tiraba las verduras frescas que nos traía el jardinero y prefería las latas de conserva. Por aquel entonces mi madre nunca se ocupaba del trabajo de la cocinera y la dejaba campar a sus anchas. Mi padre no echaba cuenta de nada de esto. Los menús que organizaba la señora McGills eran completamente aburridos y pobres, propios de una familia escocesa, superviviente en la postguerra: sopa de tomate en lata y de segundo plato lenguado frito acompañado de guisantes  en conserva y de postre una macedonia de frutas de bote con helado prefabricado. El Domingo era una especie de carne hervida y los Sábados hacía pastel de asadura de cordero.

Cuando intentaba escoger una pieza de pescado, no encontraba nada apetitoso   y me llamó la atención una cazuela apartada en una de las esquinas de la mesa de la cocina. Esto serviría para algo, pensé.

“Para mantenerte sano Phillip, debes comer huevos, azúcar y mucha mantequilla” levantándose para tirar unas coles que Trenton había dejado en la mesa de pino que estaba en el centro de la cocina.

Cuando salí de la cocina después de cenar, subí por el empinado y oscuro corredor que comunicaba con el comedor principal. Podía escuchar la melosa voz del Mayor Boreham. Eché una mirada y observé que las mujeres ya se habían retirado de la sala para tomar su Oporto. Continué caminando hasta la sala del piano de cola donde las señoras conversaban, y pude ver a mi madre con la mujer de Boreham, una exuberante y sonrojada señora vistosamente vestida. En un sofá -cerca de la chimenea- estaban un par de señoras tomando café.

“Siento que su hija no pueda tocar este Bechstein” dijo mi madre “ha sido tocado por algunos concertistas famosos y me temo que su hija no deba practicar con él. Hay otro en el sótano que podría usar si no encuentras otro piano en alguna parte...”

“Buenas noches madre” dije desde la puerta.

“Buenas noches Phillip” me respondió vagamente sin mirarme.

Pasando por el comedor principal con sus sillas Chippendale, alfombras persas y demás ornamentos lujosos, escuchó el ronco tono de la voz de su padre.

“He empezado a escribir un libro, es una historia sobre el Principe Vlad de Rumania, un magnífico hombre de estado.  mal comprendido y -a menudo- maldito. Un reconocido héroe nacional de su país. Estuve en Rumania después de la guerra me interesé por su historia...”

El Mayor Boreham preguntó: “¿No era el que empalaba a las víctimas?”

“Era una forma ejemplar de ejecutar a los presos, propia de la época” dijo mi padre.

Pensé inmediatamente en buscar en el diccionario la palabra “empalar” yendo a mi cuarto, al otro lado de la casa, en el lado opuesto de la habitación de mis padres. Era espaciosa y con pocos muebles y dormía con la luz encendida convencido de que la casa estaba embrujada...

Al día siguiente descubrí que empalar era una forma de ejecución que consistía en atravesar a un reo con una estaca afilada desde su escroto hasta el cráneo. Enseguida me acordé de mi experiencia con Dafne y me sentí culpable por haberla empalado con un palo.

Qué clase de libro estaría escribiendo mi padre, pensé y decidí ir a buscar en su escritorio cuando se fue a jugar al  campo de golf.

Era una mañana lluviosa. Mi padre se quedó en casa y yo paseé por la cocina, viendo como la cocinera preparaba estofado irlandés enlatado para el almuerzo.

“Nada que mantequilla, huevos y azúcar para mantenerse fuerte” dijo cuando Trenton nos traía unas coles y semillas. La señora McGills despreciaba al aburrido Trenton con sus legumbres frescas y puso mala cara cuando lo vio.

“Traeme el té....” murmuró el jardinero con su acento de Glasgow que yo apenas entendía.

Era un bloque de hombre, de constitución fuerte y burdas manos que siempre parecían sucias. Noté sus uñas sucias y la cocinera le entregó una gran taza de té hirviendo. Su abundante pelo era castaño y rizado de no estar tan corto. Como siempre, me ignoró.

“Cógelo y bébetelo en tu caseta” le dijo. “No quiero que me manches la cocina limpia.”

“Roñosa de mierda,” le respondió antes de irse.

“Bestia de boca sucia,” La señora McGills le gritó. “Te denunciaré a la Ama...” 

“Y yo le diré cómo tiras todos mis vegetales al basurero si lo haces....”

Furiosa, La cocinera se puso un vaso de whisky.

“Este animal me va a matar,” dijo. “Es asqueroso. He visto algunas de sus sucias revistas pornográficas que guarda en su caseta...”. La señora McGills interrumpió su frase, murmurando mientras que daba vueltas al estofado.

Me di cuenta que ahora tenía dos lugares donde indagar: el cuchitril de Trenton y el estudio de mi padre.

Esa tarde el clima era cálido y brillante. Equipado con unas riendas y un cubo de la cocina fui a buscar a Dafne en uno de los prados. Había tomado la precaución de poner avena en el cubo porque si Trenton me descubría le diría que Dafne era muy arisca. 

La encontré encantada pastando cerca de un arrollo que corría en una parcela de la descuidad finca de mis padres... Rapidamente la puse las riendas y la monté con el cubo en la mano, cabalgando hacia el laguito. Como Dafne tenía una grupa suave solía montarla a pelo, para evitar el esfuerzo de tener que cargar la silla. Cuando llegué la até a un roble y coloqué el cubo boca abajo junto a sus cuartos traseros. Me subí al cubo y la acaricie -levantando su cola- con el dedo en su vagina. Me pareció que no le agradó y le dió una coz al cubo lanzándolo al el estanque donde se hundió. Me desnudé para ir a recogerlo. Al salir del agua mi libido se había calmado. De todas formas volví a oner el cubo en su lugar. Dafne movió la cola con brío para espantar los tábanos. Traté de examinar sus partes con una ramita y relinchó volviendo su cabeza hacia mi, mostrándome sus dientes, dando a entender que no estaba dispuesta a mis atenciones fuera de su celo. Decidí esperar al próximo.

Cuando volví a casa, mi padre ya se había ido al campo de golf y mi madre dormía. Pensé en acercarme al estudio de mi padre para saber que estaba escribiendo. El estudio era la habitación de la torre y se llegaba subiendo una escalera de caracol. nos estaba estrictamente prohibida la entrada a toda la familia y temblé al abrir la puerta. Sobre la chimenea de mármol había una cabeza de tigre que mi abuelo mató en una de sus cacerías. En el suelo, frente al fuego, una piel polvorienta cubría la estancia. Dos ventanas góticas dejaban ver el jardín de rosas vallado y descuidado donde Trenton limpiaba las malas hierbas.

Miré los papeles que había sobre el despacho pero no encontré nada de interés. Frente a las ventanas, había dos librerías con puertas de cristal. Me fijé en algunos títulos. Estaban las obras completas de Dickens y Thackeray y otros autores que había estudiado. La mayor parte de ellos no me interesaron. ‘Cazando jabalíes en la India´me llamó la atención. Abrí la puerta de una de las librerías y lo saqué. Ta sabía algo de la caza del jabalí. Dos dibujos de jinetes con lanzas cargando a un jabalí de colmillos enormes en las praderas de la India adornaban entre los libros. Teníamos unos cerdos en la finca. Quizás podría aprender a cazarlos. Decidí llevarme el libro y estudiarlo cuando quisiera. Entonces saqué el que estaba al lado. Se llamaba Kama Sutra y este nombre extraño me llamó la atención. Como provocan todos los libros pornográficos, éste cayó abierto por una página en la que se decribían 
 algunas posturas acrobáticamente orientales entre hombre y mujer. Esto fue un gran descubrimiento. Me llevé los premios bajo el brazo, bajé las escaleras y me apresuré a mi cuarto.

Mientras que el Kama Sutra enardecían mis constantes sesiones de onanismo, ‘Cazando jabalíes en la India´añadía una nueva emoción a mi diversión con animales de granja. Soltaría un cerdo de su pocilga y lo perseguiría, usando un instrumento inventado, formado por el palo de una escoba y un clavo grande a modo de lanza. Cabalgando tras el cerdo, se lo clavaría en el lomo y perseguiría sin parar hasta devolverlo a su pocilga.

Después de un par de semanas, ya me había leído y releído el Kama Sutra de principio a fin. Ya podía imaginar que hacían los hombres con las mujeres aunque me seguía asombrando. Por lo menos no tenía nada que ver con los hipopótamos que nos contaba tontamente el director.

Otro día que mi padre estaba en el club, decidí visitar su estudio de nuevo para ver si podía encontrar algo más. Mirando por la ventana, vi a mi madre en el jardín vallado hablando con Trenton. Volví a abrir la puerta de las librerías y rápidamente restituí los dos volúmenes prestados, mientras me fijaba en otros libros. Descarté los tomos de ancianos predicadores escoceses con sus sermones, aburridas historias de monarcas, vidas de Santos, auge y declive de imperios, hasta que mis manos dieron mágicamente con “El jardín perfumado”. Cómo había sentido que este libro era sobre sexo, no lo pude explicar. Podría haber sido por las alegría de cultivar jazmín por lo que supuse. Mirándolo pronto descubrí que había descubierto otro premio para mi curiosidad. Antes de irme mire otra vez hacia el jardín vallado. Mi madre y Trenton habían desaparecido. Junto a la ventana pensé que los bancos encerraban algún secreto. Abriendo una de las tapas encontré una caja llena de papeles manuscritos. Empecé a leer el primer folio que encontré, Por entonces pensé que las palabras de mi padre no tenían importancia pero eran precursoras a su propia enagenación mental.

Bucarest 1936. 

Notas para una historia.

Vlad II de Rumania era fuerte y hombre de principios, justo y amable, a pesar de algunas crueldades para mantener la ecuanimidad. En muy poco tiempo había conseguido librar a su país de gitanos, judíos, pobres, ladrones, nobles parásitos, amas de  casa adúlteras, bebés rechazados, musulmanes y turcos.  A los pobres se les quemaba en la hoguera. El resto eran empalados y condenados a pudrirse en la estaca como castigo ejemplar. 

Como soldado era valiente y expulsó la amenaza de los infieles. Como pensador fue equiparado con Maquiavelo una fuente de inspiración para líderes posteriores. Vlad pensaba que si una mujer era adúltera tendría que ser sacrificada con un hierro candente. Esto supone una muerte rápida. (El Rey Eduardo I de Bretaña que era homosexual fue ejecutado de la misma forma).

Estas duras medidas prevenían el contagio de las enfermedades venéreas en Rumania. No creo que se haya escrito suficiente obre Vlad el Empalador...




Era difícil leer el folio de mi padre así que pronto me cansé de él.Había más páginas, pero El Jardín Perfumado parecía mucho más sugerente que esta violenta historia sobre el Rey de Rumania.


Un par de días más tarde, mis padres tenían invitados para cenar otra vez. Por primera vez, ahora estaba por entrar en el colegio público y se me permitía sentarme con ellos en sus pequeñas reuniones. Como siempre, asistían los amigos golfistas de mi padre junto a sus esposas. Después de cenar, las señoras se retiraban y los hombres a tomar OPorto y a contar historias. Mi padre estaba ligeramente bebido y hasta me ofreció una copa del vino.

“Un hombre que no conoce su OPorto, no es un caballero...”dijo.

“¡Puerto afuera o a casa!” replicó un anciano coronel, refierendose a sus días en La India.

Su conversación cambió al teme del Amante de Lady Chatterley, Libro que había sido prohibido y eliminado siendo el asunto de los grandes artículos en los periódicos nacionales.

Yo, por supuesto, estaba decidido a hacerme con una copia lo antes posible.

“Libro desagradable” musitó el Mayor Boreham.

“¡Si mi mujer hiciera esa clase de cosas con el guarda, los empalaría a los dos!” decidió mi padre.

“¡Sí, sí!” añadió otro viejo coronel.

Me excusé y me fui a la cama para poder seguir leyendo las delicias del Jardín Perfumado, escondido bajo mi colchón.

Una noche que mis padres habían salido a cenar, descubrí, desengañado, que el libro había desaparecido. Me pregunté si me habrían cambiado las sábanas pero al indagar más, descubrí que no al estar arrugadas y manchadas de las noches anteriores. Quizás, despistado, lo habría puesto en otro sitio. Miré dentro del armario donde estaba mi ropa. busqué detrás de las viejas cortinas y bajo el usado radiador. abrí toda mi mesa de estudio, rastreé el baúl del colegio pero el libro no se encontraba por ninguna parte.

Me fui a la cama pero no podía dormir. Puse la radio en la onda de Radio Luxemburgo para oír los veinte principales. El reloj de mi viejo abuelo sonó, dando la hora. Oí el sonido de la gravilla al entrar el Daimler de mis padres. un rato después, me levanté para usar el baño que había en el pasillo, fuera de mi habitación. Olía a desinfectante y goma usada de la alfombrilla frente al lavabo, elevado en un zócalo. Toallas húmedas y usdas se juntaban para producir ese olor tan de costumbre, pero esa noche también había el extraño olor a tabaco. De repente me di cuenta de que mi padre había estado allí, a pesar de que su habitación, donde dormía con sus dos Labradores,estaba en el otro extremo de la casa.

Me iba a volver a acostar cuando oí pasos que se acercaban a mi cuarto y entró mi padre. LLevaba un ligero traje de tweed y parecía beodo.

“mi estudio está fuera de límites,” me espetó, oliendo a whisky.

Con la mano, agarraba una gran fusta. Se abalanzó sobre mí con ella y me golpeó en las piernas. 

“¡Inclínate sobre esa cama,” gritó,”y jamás te atrevas a volver a entrar en mi despacho!”

Hice lo que pidió y me zarandeó un par de veces antes de salir de la habitación, dando un portazo. Ya en el pasillo me gritó “¡eres un pequeño desgraciado!” y se marchó.

De vuelta en la cama, con mis nalgas castigadas, me sentí indignado. Evidentemente mi padre había descubierto que le faltaba el libro y quería leerlo. Y si él lo estaba leyendo, ¿por qué no podía hacerlo yo? Lejos de hacerme desistir las visitas a su estudio, su reacción me dio más aliciente para seguir buscando. Sólo tenía que ser más sigiloso. Cualquier libro que valiera la pena de leer, se tendría que hacer en el lugar exacto y repuesto cuidadosamente. Recordé a Trenton y los secretos de su cobertizo. Así llamaba la señora McGills a la casita abandonada en el jardín vallado, donde guardaba su maquinaria y sus instrumentos de jardinero.

Media hora después de mi castigo, el picor paró y dio paso a la Cálida sensación familiar que se extendía a mis nalgas. Poniendo la mano bajo mi pijama,investigué los surcos que me habían dejado la fusta y conté hasta seis. Imaginé si mi padre habría cometido cualquiera de los actos descritos en sus libros con mi madre. Quizás, tiempo atrás.

Claro que había visto fotos de cuando eran jóvenes, recién casados y eran muy guapos. Pero en los últimos diez años, la belleza de Rosa escocesa de mi madre había desaparecido rápidamente, alimentada por una dieta de píldoras , cigarros y alcohol.Sus ojos azules, que yo había heredado, estaban a menudo nublados e inyectados de sangre, y su pelo negro ya mostraban canas, a pesar de tener sólo treintaiseis años. Recientemente se había hecho la permanente y teñido de rubia, cosa que mi padre consideraba ‘Vulgar´.

Mi padre, también escocés, tenía ojos grises, pelo negro y era alto, fino y estirado. Pero sus bellas facciones se habían estropeado por un accidente al ser golpeado en la cara coceado por nuestro potro. Tuvieron que quitarle el hueso de la nariz y había perdido varios dientes que nunca se ocupó de recomponer.

La mañana siguiente a mi escarmiento, desayuné en la cocina con la intención de evitar a mi padre. La señora McGills me había servido un bol de cereales y una taza de Nescafé. Comí un poco de cereal y me hice una tostada con mantequilla y mermelada. Fuera llovía a raudales.

Trenton vino a por su té. Se había afeitado y parecía limpio, para cambiar.

“Agradable tiempo para los patos,” farfulló, echándome una mirada.

“Mira lo que nos trae el gato” dijo la señora McGills.

Trenton soltó una bestialidad, más grosero que nunca.

La señora McGills golpeó la taza de té sobre la mesay le dijo que se lo llevara al cobertizo, donde debía. Le respondió que se fuera al infierno y Se fue , pesadamente hacia el lavabo para secarse. yo estudiaba su cara mientras bebía. A pesar de haber tenido la idea de que Trenton era viejo, me di cuenta de que debía de tener menos de treinta ya que era mucho más joven que la Señora McGills. quizás su cara de había agrietado prematuramente como resultado de su trabajo a la intemperie que le habían provocado tener unas manos ásperas.

Cuando vio que lo miraba, me lanzó una mirada de desdén. Imaginé si sabría algo del Jardín Perfumado y sentí vergüenza. Trenton se rascó la entrepierna, acabó su té y eruptó. LLevaba un par de pantalones de tweed viejo que parecían de una talla más pequeña para él y me fijé en sus fuertes muslos y una protuberancia cuando saltó por la ventana. Si fuera un animal, sería un toro pequeño, pensé. Viendo que había escampado, se dio la vuelta para marcharse, le dio el saludo del dedo antes de salir dando un portazo.

“Este hombre es peor que un animal,” farfulló la señora McGills.

Por la tarde decidí visitar a Trenton a su cabaña. Al abrir la cancela con la inscripción latina “Ars Longa Vita Brevis”, entré en el jardín vallado. Antíguamente, era esplendoroso Con peras y manzanas apiladas en cajas de madera que ahora estaban podridas. Había un invernadero Victoriano donde crecían melocotones y naranjas. Ahora, las cristaleras estaban rotas y la pintura estaba pelada. En el centro del jardín, rodeado de altramuces, se encontraba un reloj de sol con la incripción “Tempus Fugit”. Evidentemente, el diseñador se preocupaba por la brevedad de la vida.

El cobertizo de Trenton, como lo llamaba la señora McGills, era una casita al fondo del jardín, que sobresalía del muro dónde había sido construído y estaba protegido por por setos salvajes. Originalmente, había sido la casa del jardinero y de su familia.

Acercándome, tuve la impresión de que había ruido dentro. Me detuve y escuché. Había un hombre gruñendo y el jadeo de una mujer. Me acerqué unos pasos. 

“Ay Dios....” gimió la mujer.

“¿La quieres ahora?” dijo el hombre.

Lo que estuviera pasando el la caseta me distrajo del Jardín Perfumado ya que estaba seguro de que se trataba de Trenton y mi madre. Retrocedí, asombrado, oliendo el perfumado ambiente. Corriendo a casa, me apresuré a subir al estudio de mi padre donde podía espiar por la ventana. para mi desilusión, me encontré con la puerta cerrada. Subí un poco más por la escalera en espiral que llevaba hasta el tejado de la torre. Me eché y miré a través de las almenas. Desde allí tenía una vista perfecta del jardín. Diez minutos más tarde , mi madre salía de la caseta de Trenton, arreglándose la ropa. LLevaba una podadora en la mano y una cesta. Acercándose a la rosaleda, cortó unas flores. Luego cogió una grosella de un arbusto, se lo metió en la boca y se apresuró hacia casa. Un momento después, apareció Trenton. Bostezó, se sentó bajo un seto y se enrolló un cigarro.

Yo estaba sorprendido y perplejo. ¿qué estaba haciendo una mujer de su clase con alguien como Trenton? Recordé que una de mis niñeras me había contado que mi madre había estado comprometida con u alemán antes de la guerra. Quizás él también pareciese un toro. Quizás ella sería un caballo oscuro.

Estaba decidido a descubrir más, así que las tardes posteriores, las pasé escondido detrás de un laurel, cerca de la casita, leyendo un libro. Tres tardes después empezó a lloviznar y cuando iba a volver a casa, oí el ruido de la puerta de la caseta y el sonido de voces. Me volví a echaren mi húmedo escondite mojándome más y más. Al momento, oí  gruñidos y gemidos. Arrastrándome de pies y manos , llegué al muro que me dejaba entrever a través de una ventana. Al principio no pude ver más que los instrumentos del jardín. al mirar hacia abajo vi dos cuerpos entrelazados sobre una vieja alfombra. Recordé que el vestido de mi madre era floreado. Estaba a la altura de su pecho. Sus piernas alzadas me permitían ver la espalda de Trenton. Aún llevaba puesta su camisa de franela y sus calcetines sucios pero veía su trasero  pompeando mientras que su gran escroto colgaba y se meneaba con ritmo. Al echar el polvo, la raja oscura de su trasero se entreabrió y pude ver, con disgusto, una masa rizada de pelo.

Los gemidos y jadeos iban en aumento. Me apoyé en los codos para ver mejor. Justo entonces, un pie se me resbaló en una piedra suelta y me obligó a una retirada rápida a mi escondite por si habían oído algo. Con el corazón en la boca, esperé unos instantes. Cuando estuve seguro de que no había moros en la costa corrí a casa.

Estaba al tiempo fascinado y enfermo por la imagen de este emparejamiento animal y no me lo podía sacar de la cabeza. Apenas pasada una semana, Estaba galopando a pelo a Dafne hacia el laguito y el cubo seguía bajo el roble.

En un momento, até al caballo al árbol, me subí en el cubo y me dispuse a satisfacerla. Por suerte estaba de humor. Acabé ,rápido, mi cometido con un cocktail de sensaciones entre la euforia y el disgusto. Entonces me despojé de la ropa y me zambullí en el Loch, en parte para mojarme y en parte para limpiarme de la sensación del acto bestial. Nadé hacia la orilla más alejada. al ponerme de pie, me asombré al encontrarme con Trenton y mi madre, cara a cara, mirándome con asombro desde un arbusto de rododendros. Con horror, me volví al agua, fingiendo no haberlos visto. Ellos se agacharon con la misma intención que había tenido.

Con vergüenza, nadé a la orilla. Ahí, me vestí rápidamente, monté a Dafne y volé con mi cara ardiendo. Estaba demasiado avergonzado por lo que había pasado y traté de quitármelo de la cabeza como si hubiera sido una pesadilla.

Queriendo esconderme, cabalgué durante una hora por los bosques. Entonces, dejando a Dafne en un campo, cogí las riendas y me perdí en el laberinto. Este, encuadrado por altos cipreses, tenía la forma rectangular de una cancha de tenis y estaba situado entre la casa y el campo de croquet. Lo recorrí con amargura hasta que llegué a la estatua de piedra de Afrodita sobre un zócalo en el centro del laberinto.Tenía cinceladas estas palabras: AMOR VINCIT OMNIA. Colgué las riendas en los brazos de la Diosa y me encaminé hacia casa.

Afortunadamente, mis padres habían salido a cenar así que evité el tener que encararlos. Cuando me fui a la cama ,medio esperaba que mi padre entrara en algún momento y me diera la paliza de mi vida. No ocurrió nada.

A la mañana siguiente cuando bajé a desayunar, mis padres estaban en el comedor con el señor MacFarlane, el abogado designado para administrar el fideicomiso que el padre adoptivo de mi madre le había dejado. Mi padre me echó una mirada lúgubre y me dispuse para lo peor. Mi madre se sentaba enfrente , nerviosa, fumando un cigarrillo y tomando una taza de té. Sus ojos aparecían saltones y su pelo teñido aún estaba mojado de su baño matutino.

“Pequeño desperdicio....” empezó mi padre, observándome.

Esto sorprendió al señor MacFarlane, que seguro no esperaba un saludo tan tajante. Dí paso atrás, preparado para salir corriendo.

“Los resultados de tus exámenes son atroces Philip.¡ Te han rechazado en Eaton!” me gruñó mi padre.

Quedé cabizbajo mientras digería la información. Entonces mi madre susurró:”Sí, me parece que has suspendido tus exámenes de Entrada....”

Exhalé un suspiro. Aún nada sobre Dafne.

“¿Así qué vamos a hacer con él ahora?” le preguntó mi padre al señor MacFarlane.

“Siempre puede ir a otro colegio” dijo mi madre suavizando la situación.

“¿Y qué otra escuela hay?” gritó mi padre

“Hay muchas,” dijo ella con calma.” “Aparte, todos suspenden alguna vez. Tú mismo no estuviste tan bien con tus exámenes en Oxford.”

“¡Por lo menos fui a Oxford!” respondió. “Te apuesto diez mil libras a que ni se acerca a ello”

“Entonces apuesta con él,” dijo. “El es el que tendría que ir allí.”

“Habría que verlo!” gritó mi padre.

El señor MacFarlane giró en su silla y se aclaró con fuerza la garganta en un esfuerzo para restaurar la paz.

“El fideicomiso podría entregar a Philip diez mil libras si lograra entrar en Oxford -como incentivo,” dijo ,mirando  de un padre al otro. “Al fin y al cabo, se formó para animar la educación de cualquiera de sus nietos.”

“¿Has oído eso?” me dijo mi madre. “Si trabajas duro y entras en una buena universidad el fideicomiso te dará diez mil libras.”

Mi padre soltó una risotada  que claramente ridiculizaba la idea.

Sintiéndome muy aliviado, di las gracias al abogado y me fui hacia la mesa, donde me serví un plato de cereales templado.

“Estoy segura de que entrarás, querido,” oí que mi madre me decía bajito.

Pensé porqué mi madre se ponía de mi parte. Normalmente nunca hablaba cuando mi padre se enfurecía. Decidí que tenía miedo a que yo destapara su asunto con Trenton. Si yo le guardaba el su sucio secreto, ella guardaría el mío. 

Me senté en un extremo de la mesa, lo más lejos posible de mis padres, y miré fuera , a través de las ventanas góticas, a los campos moteados de vacas castañas. Vi a Dafne que a lo lejos comía bajo un árbol pero rápidamente aparté la mirada con vergüenza.

“El hijo del Mayor Boreham va al San Nicolás en Dorset. Parece ser un buen colegio,” dijo mi madre al cabo de un rato. “Quizás deberíamos ponernos en contacto con ellos. El hijo del Mayor no es ningún intelectual, por lo que se.”

“¡San Nicolás.! Nunca he oído hablar de ellos!” gruñó mi padre disgustado y se levantó.

“Vamos a hacer las cuentas, Señor MacFarlane”.

El abogado se puso en pie, agarrando su maletín y lo siguió a la librería.

Cuando se habían ido, mi madre dijo que llamaría enseguida al Mayor Boreham para conseguir la dirección del colegio que creía estar cerca de Salisbury.

Aburrido de tanta charla sobre colegios, miré el “The Scotsman” abierto encima de la mesa y me lo acerqué. Había un artículo de un hombre sentenciado a muerte por violación y asesinato al que el Ministro del Interior había rechazado la disminución de la condena. Sería ahorcado al día siguiente. Pensé en la esa palabra, violación. Sentí un escalofrío que me atravesó la espina dorsal. ¿Podrían ahorcarme por delito de violación por la experiencia con Dafne?.

Pasé el resto de la vacaciones evitándola y cabalgaba con el potro. Un día al cruzarme con Y Trenton en el jardín me miró y murmuró: “un poquitito grade..., ¿no?. Yo tuve una ovejita a tu edad...”

Lo miré con cierta altivez desde el caballo, haciendo caso omiso de sus insinuaciones. Trenton estaba cortando el césped descamisado y pude comprobar que se encontraba en perfecta forma física. qQuizás no era tan horrendo como había pensado. Pero de todos modos me seguía costando imaginar a mi madre con un jardinero, tan rudo y analfabeto. Quizás la había violado y tal vez -como Baxter me comentó- a ella le gustaba. Si no, que razón tendría para seguir manteniendo aquella relación.

Ahora mi padre cerraba la puerta de la torre pero, después de una una búsqueda minuciosa, encontré la llave bajo una piedra de granito al lado de la puerta.

En su estudio di con un libro llamado ‘Trials and Excommunications of Animals‘ , crónica de extraños juicios en la Francia medieval, por lo que animales habían sido llevado a juicio. Una gran cerda con su camada había sido llevada a juicio, acusada de tragarse a un recién nacido. Su dueño alegó que no había testigos del supuesto crimen. La cerda quedó en libertad por ello.Otro caso era sobre un asno que hacia gestos obscenos a una priora, a pesar de las repetidas advertencias de su amo.Al ser reincidente, fue ahorcado, ahogado y descuartizado.

Aparte de varios otros caso de bestialismo, había más anécdotas de seres excomulgados por la Iglesia Católica. Un gato callejero había orinado en el altar de la capilla de Santa Catalina, ensuciándolo. Fue un éxito y nunca más se le volvió a ver.

Me imaginé en el siglo quince , en Francia, llevado a juicio con Dafne. Se nos sentenciaba a la hoguera a los dos. Buscando la palabra ‘bestialidad‘ en el viejo diccionario de mi padre, leí con disgusto que aún era un crimen. se llamaba ‘Copulación contranatura entre humano y animal, ofensa criminal’

Tuve visiones de mi padre denunciándome a la policía. Busqué la palabra Dafne en un diccionario clásico y descubrí que era una ninfa transformada en laurel para evitar su rapto por Apolo.

Esa noche tuve unos sueños extraños, como que Dafne y yo estábamos arrestados en el ‘Old Bailey’. Un juez me miraba con sus bifocales.

“Chico asqueroso. Se te sentencia a ser colgado, ahogado y descuartizado. Serás ahorcado mientras te abren los intestinos y quemado. luego, tus extremidades serán cortadas en pedacitos.”

Escuché mi sentencia con horror. El juez se dirigió a Dafne.

“He llegado a la conclusión de que la yegua Dafne ha sido violada, forzada a tener sexo en contra de su voluntad. Si hubiera sido más cautelosa se hubiera transformado en laurel, escapando así de su degradación. Pero no tuvo esa presencia de mente y volverá bajo la custodia del Señor y Señora Harrison.”

Noté las pálidas caras de mis padres mientras me arrestaban. De pronto , me encontré con los ojos tapados. El verdugo me puso una rugosa cuerda en el cuello. Caí girando y me desperté  horrorizado mojado de sudor.

Dos semanas más tarde mi madre me informó de que el fideicomiso había hecho una pequeña donación al nuevo laboratorio de San Nicolás y que me habían aceptado. Me había encargado el uniforme del colegio en Harrods. El curso empezaría el diez de Septiembre.

“Haz lo posible para entrar en Oxford sólo para molestar a tu padre” me dijo antes de irme. “Diez mil libras es mucho dinero.”



San Nicolás







En el tren que me llevaba al colegio nuevo, compartí un lugar en segunda clase con un chico engreído que, a diferencia mía, llevaba uniforme. Estábamos los dos solos en un compartimento que desprendía un olor a tabaco impregnado en las cubiertas de los asientos. Admiré el rápido paisaje a través de las ventanas oscurecidas por el humo de la locomotora. Siempre me atrajo la señal de emergencia y hubiese tirado de ella a no ser por la advertencia: “Cinco libras de multa por usarla por error.” Le pregunté al chico si era alumno en S. Nicolás a lo que me respondió que sí. Me dijo que era su primer curso allí. Pareció sorprendido de que no llevara uniforme. dije que no sabía que era obligatorio hasta que llegáramos al colegio.

“¿De qué Iglesia eres?”, me preguntó.

Lo miré asombrado.

“¿Qué quieres decir?”

Me respondió que debería saberlo. Quería tomar los hábitos.

“¿Sabes quién era Nicolás el estilita?” me preguntó.

“¿Vivía en una pocilga con una ventana en el techo?” me aventuré.

Me miró con desdén y dijo que los estilitas vivían sobre una columna. Me informó que S. Nicolás era un eremita que había pasado treinta años viviendo sobre una columna en Constantinopla en tiempo de los Romanos. Parece que la muchedumbre se amontonaba bajo el pilar con la esperanza de sanar de enfermedades incurables.

“Debían de estar cubiertos de caca,” le dije.

El chico engreído quiso saber qué le estaba preguntando.

“¿Dónde cagaba? ¿Sobre sus cabezas?”.

El chico me lanzó una mirada enrojecida a través de sus gafas. S. Nicolás era tan sagrado que no defecaba, dijo. Tampoco comía. Siguió contándome de un invierno especialmente frío en Constantinopla. Para evitar la congelación del estilita, el bueno del emperador mandó construir una segunda columna a su lado con cobertizo encima. Con una tabla podía llegar al segundo pilar. Así le salvó la vida el emperador.

“¿Así que ni cagaba ni comía mierda pero no podía aguantar un poco de mal tiempo?”
“Eres un ateo e irás al infierno...” replicó el chico.

Retornó a su santoral y me ignoró durante el resto del viaje.

San Nicolás estaba a cinco horas de tren de mi casa. No estaba en Dorset como había supuesto mi madre, sino en un pueblo cercano , en Norhthampton Este, llamado Billingsford. Mi baul había sido despachado primero y mi madre me dijo que estaría a dos pasos de la estación al colegio.


Seguí al chico estirado de la estación de Billingsford y me encontré en la calle mayor. Parecía demasiado grande para ser en pueblo. De hecho era una ciudad pequeña. Entre las tiendas había una de ‘fish and chips’ y tomé algo antes de seguir hacia el colegio. Teníamos que estar allí sobre las cinco pero aún eran las cuatro. A través de la ventana de la tienda de ‘chips‘ vi a mi compañero de viaje que se apresuraba por la calle. Evidentemente, no me aprobaba. 

Paseé por la calle mayor, comiendo mis ‘chips‘ salteados de sal y vinagre. Pasé por tiendas zapaterías, casas de té y y varios ‘pubs’. me di cuenta que mi compañero salía de una tienda de dulces, tomando un sorbete. Seguí mi trayecto y me encontré frente a un cine local a que anunciaba una película de terror llamada “la Sangre del Conde Dracula”. Nunca había visto una película erótica y decidí arriesgarme. Empezaba a las cuatro y cuarto pero pensé que no importaría llegar tarde al colegio el primer día. Mi padre siempre decía que lo que se empezaba se tenía que terminar.

Una mujer miope me miró desde la taquilla y me preguntó si tenía más de dieciseis años.

“Sí ,” le respondí titubeando.

Me vendió la entrada y acabé por sentarme mientras terminaba mis ‘chips’. El cine estaba casi vacío aparte de un par de parejas acarameladas. En la fila de atrás oía sonidos de besos y el roce de ropa. Después, la voz de una mujer diciendo: “Ay ,sí Ronald...”

La película no era tan terrorífica como me hubiera gustado. Acabó sobre las seis menos cuarto y salí para encontrarme con alguien que me diera la dirección del colegio.

Después de un paseo largo por un camino de campo, llegué a una vía de grava Situada entre dos columnas unidas por arriba. En una de ellas se encontraba la imagen de S. Nicolás, gastada, con barba sobresaliente y un tapa rabos. En la otra se representaba su guarida de piedra. Observé un momento esta gran entrada y continué por el largo sendero rodeado por almendros y bosques.

Finalmente, en un gran claro del bosque, apareció el colegio. Se situaba en un vallecito y desde donde me encontraba parecía un sapo bulboso rodeado de campos de juego, cabañas y unos edificios modernos feísimos. Desde esa distancia, bajo la luz del atardecer, parecía inhóspito.

Seguí el sendero. Sólo sabía que tenía que llegar a ‘Merton House’. Cuando me acercaba , me encontré de cara con un enano envejecido con una chaqueta de ‘tweed‘ parcheada en los codos. Aunque era mínimo, parecía un profesor así que le pedí direcciones.

“Perdone, Señor” le pregunté. “¿Dónde está Merton House?”

“¿Cómo te llamas chico?” me preguntó.

“Soy Philip Harrison, Señor.”

Me miró de arriba a abajo.

“Deberías estar usando uniforme . ¿Y  por qué llegas tan tarde ?”

Me inventé que el coche de mi padre se había averiado y que tuve que venir caminando desde el pueblo.

El enano me indicó un sendero urgiéndome a darme prisa, antes de desaparecer. Rodeé la casa principal mirando las ventanas al pasar. Detrás, protegido por árboles, había un edificio de dos plantas con techo de tejas. Clavado al suelo había una señal blanca que ponía: ‘Badgery House’. Continúe, buscando mis dependencias.


Al fin encontré ‘Merton House‘  a diez minutos de los edificios principales un edificio Victoriano de ladrillo muy poco atractivo con muy poco parecido a mi escuela preparatoria.

Nada más entrar, me encontré con un hombre rojizo, pecoso y pelirrojo que resultó ser mi director, llamado Señor Gittings. Me preguntó mi nombre y me regañó por haber llegado tarde.

“Ya ha pasado la hora del té,” me dijo. “No habrá nada más hasta el desayuno, mañana. Acompáñame rápido y te enseñaré tu residencia.”

Le repetí el cuento del coche averiado de mi padre, aliviado por haber comido al menos Una bolsa de ‘chips’, y seguí arriba al Señor Gittings. Me decepcionó un poco ver cómo se parecía a la residencia de mi escuela preparatoria: filas de camas con sus mantas de lana gris y entre ellas armarios baratos para guardar la ropa.

El Señor Gittings me señaló una cama y dijo que encontraría mi baúl debajo. Tendría que desempaquetar deprisa y colgar mi ropa en una parte del armario. Bajaría mi ropa de deporte a los vestuarios donde encontraría una taquilla con mi nombre. A las ocho debía de estar limpio y en la cama ya que a y cuarto se apagaban las luces.

Veloz, coloqué mi ropa y bajé a ocuparme de mi atuendo deportivo. Todos los chicos con los que me cruzaba vestían de uniforme así que destacaba, 
evidente.

“¡Ponte el uniforme inmediatamente!” me gritó el Señor Gittings al llegar al sótano.

Pensé lo estúpido que resultaba la orden para meterse en la cama enseguida, pero al volver a subir me entregaron los pantalones grises obligatorios, camisa blanca de cuello de cuello almidonado, corbata de rayas amarillas y azules junto a una burda chaqueta de tweed. Entonces volví a bajar con mi ropa deportiva.

El señor Gittings me esperaba en la planta baja. Me pidió seguirlo a su estudio que consistía en una mesa, sillones y una colección de vajilla expuesta en las estanterías.

Me ordenó pararme frente a su mesa con las manos a la espalda y me lanzó una mirada amenazante.

“Nos gusta tener constancia de nuestros alumnos, sobre todo si vienen en tren para informar a sus padres si han llegado. Llamé a los tuyos y me dijeron que estaban seguros de que te habías subido al tren. ¿Qué me dices a eso Harrison?”

Miré al suelo desesperado por poner una excusa.

“Me bajé en una parada errónea” le dije.”Y tuve que andar mucho....”

“¿Es que no lo sabías? y qué parada fue esa?

“No lo recuerdo....”

“¿Y porqué dijiste que el coche de tu padre se había estropeado?”

“No quería quedar como un estúpido....”

“¿Así que mentiste?”

“Sí Señor, lo siento Señor.”

La cara del Señor Gittings se irritó más que nunca.

“Bien, a ver si lo entiendo. Te bajaste del tren antes o después de Billingford? Las dos estaciones están a quince millas de distancia y no me creo que hayas andado todo ese trayecto....”

“Yo....yo tomé un autobús...”

“Ah....¿Y dónde te llevó ese autobús....?”

A Biillinsford, “ dije, tratando de parecer inocente.

“¿Y de qué color era?” me preguntó.

“Pues no lo sé...creo que rojo...”

Entonces llamaron a la puerta.

“¿Sí!” aulló el señor Gittings.

Se abrió la puerta y apareció mi compañero de viaje.

“Señor” susurró ,”Creo que me he dejado la mochila en el tren....”

El chico me señaló.

“Debes de haberla visto. Estaba en asiento de al lado.”

“¿Así que ibais juntos?,” dijo el Señor Gittings Con sis ojos azules fuera de órbita.

El niño asintió. No tardó en descubrir Que me había bajado con él en la estación correcta y que me vio entrar en la tienda de ‘chips‘ y entrando en el cine de películas eróticas. Lo despidió, diciéndole que llamaría a objetos perdidos por lo de su mochila. Con mirada furiosa, se dirigió a mi y me acusó de ser en mentiroso descarado.

“Primero se rompe el coche de tu padre, te bajas en la estación equivocada, luego coges un autobús mientras que todo el tiempo te atracabas de ‘fish and chips’.Me ordenó que me colocara sobre una silla.

Lo obedecí, aterrado al ver que sacaba una vara amenazante.

Mientras que el palo me iba cortando la piel, gritaba: “Esto por el coche roto! Esto por el bus rojo! Esto por los ‘chips’! Esto por el cine! Esto por mentiroso! Y esto para buena suerte!”

Siete golpes bien fuertes. Mis ojos estaban húmedos y mi trasero picaba.

“Ya veo que te voy a tenerte a raya,” me advirtió el Señor Gittings al salir del estudio.

Traté de caminar con normalidad hacia los vestuarios para guardar la ropa de deportes. Al encontrar una taquilla con mi nombre, tiré todo adentro. Al hacerlo, la puerta se abrió y entró el chico estirado.

“Te dije que eras un ateo y que te castigarían” me dijo con sorna.

“¿Cómo te llamas ?” le pregunté.

“Los jóvenes no tienen derecho a preguntar a los mayores su nombre”, respondió.

“Bien, lo descubriré de otra forma” le dije.

“¿Y entonces, qué harás?”

“Ya lo verás,” le dije con ojos afilados..

Esa noche descubrí que se llamaba Harvey. Después de apagar las luces me deslicé a los servicios y cogiendo un poco de caca,  ensucié las paredes escribiendo: “Harvey es un comemierda”. Al día siguiente, me arrastraron frente al Señor Gittings y sufrí una  paliza aún más fuerte que la primera. Al salir vi a Harvey en el pasillo, sonriendo satisfecho. Le hice un signo grosero y salí cojeando, jurando devolversela.

Esa noche se oían los sonidos habituales de los dormitorios: chicos susurrando o masturbándose furtivamente. Como siempre, alguien que extrñaba a sus padres , lloraba.

Cada mañana nos despertaba una campana chirriante a la siete menos cuarto. Adormilados, corríamos a los servicios a lavarnos dientes, manos y caras bajo la aguda mirada de un prefecto antes de ponernos los uniformes.

Los desayunos eran una tortura ya que se nos obligaba a vaciar los platos por completo. Incapaz de ingerir los cereales que nos daban, me entretenía tirándolo a escondidas bajo la mesa. Al olor de azufre de los huevos hervidos, arrugaba la nariz y me pasaba la segunda parte de la comida tirando sus trozos tan lejos como podía. Afortunadamente no nos sentábamos cada día en el mismo sitio porque íbamos girando en las mesas según las manecillas del reloj. Así no se podía atribuir la basura acumulada a nadie en particular.

Después del desayuno, íbamos en fila a la capilla y durante quince minutos teníamos himnos y oraciones. La primera mañana, vi a Harvey, especialmente devoto, arrodillado con los ojos cerrados murmurando oraciones con pegajoso fervor. Después de Capilla teníamos clase en el edificio principal.

El colegio albergaba cerca de trescientos chicos, alojados en cuatro casas: Merton House; Badgery House; Rumbold House y Cuthbert House. Cda casa contaba con diez prefectos y  sus ‘esclavos’ personales seleccionados entre los nuevos alumnos al segundo día del curso después del té.

Durante el recreo, charlé con uno de los nuevos de mi clase, llamado Mark Junior, cuyo hermano, Mark Senior, estaba en el sexto grado. Me contó que a los nuevos se les convocaba a la habitación del prefecto y se pujaba como a los esclavos del mercado.

“Mi hermano dice que los niños lindos siempre son los primeros en la puja y que el dinero se junta para los prefectos al celebrar la fiesta de fin de curso.”

Me preguntaba qué  sería un ’niño lindo‘ y si tendría algo que ver con lo que nos contaba mi antiguo director advirtiéndonos sobre los hechos de la vida.

Temblé al pensar en lo del mercado de esclavos y decidí inventarme una excusa para evitarlo. Esa noche, antes de ser reunidos por los prefectos, me abalancé a la enfermería y le dije a la matrona que me había golpeado la cabeza por la mañana mientras montaba a caballo. Había tenido una mala  caída de mi yegua un par de años antes y sabía que el efecto del golpe podía ocurrir varias horas después del accidente.  Le dije que estaba mareado, enfermo y con la vista borrosa. La matrona me pidió que sacara la lengua.

“No encuentro ninguna herida,” Dijo.

Me eché hacia atrás y me agarré a la silla como apoyo. La matrona estaba perpleja.

“Mejor que te quedes esta noche para poder vigilarte  ,” dijo,  entregándome un camisón de hospital.

Me dieron de alta, sano, al día siguiente y corrí a buscar a Mark Junior en el recreo para ver cómo había ido la puja.

Me contó que lo habían escogido a la primera por tres chelines,  que era la apuesta más alta. Su prefecto era Braithwaite, miembro del equipo de rugby y me prometió con melancolía que sería un vigilante estricto.

Mi ausencia no había pasado inadvertida y esa tarde, mientras nos preparábamos, me convocaron a la habitación principal del prefecto. LLamé a la puerta, nervioso. Tronó una voz: “Entre”.

Había tres o cuatro prefectos en el cuarto, incluyendo a Braithwaite, y un chico moreno que miraba por la ventana.

“Este es tu ‘esclavo’ Welsh”, le dijo Braithwaite, en tono almibarado al joven que pasaba por allí.

“Parece que es un poco trasto y desde el primer día Mr. Gittings ya le había dado con la vara de fresno, así que ándate con ojo.”

Welsh se apartó de la ventana y le miró de arriba a abajo sonriendo.

“A mi también me castigaron desde el primer día” dirigiéndose a Braithwaite y señalando la puerta para que le acompañara.

Cuando caminábamos por el pasillo me comentó que no estuvo presente en el proceso de selección de `esclavos´ porque sus padres vivían en el extranjero y  aquel día perdió el avión. Sin mucha importancia repasó la lista de deberes y obligaciones que los `esclavos´ tenían que cumplir. Me enseñó su estudio y me ordenó que desempaquetara su maleta como primera tarea. La habitación era modesta, con una cama , una mesa y una silla. Había una pequeña chimenea y una ventanita. Rápidamente ordené la ropa y los libros en las estanterías. Vi que tenía dos equipos para squash y tenis y no pude evitar decir que el tenis era mi juego favorito.

Esa noche, en el dormitorio, me enteré de las andanzas de un tal ‘Pop’. Era un grupo de seis prefectos populares, elegidos para imponer el castigo tradicional a cualquier ‘esclavo‘ que no cumpliera con sus deberes. Lo llevaban a cabo tan bien que cualquier descuidado debía guardar cama días después.

Empecé con mis tareas de ‘esclavo‘ la mañana siguiente, llevándole a Welsh su taza de té a la siete y media. Le abrí las cortinas y le di los buenos días antes de correr a hacer mi cama. Durante el recreo de las once, tenía cinco minutos Para ir del edificio principal a su habitación, y veinte para hacer su cama, limpiar el cuarto y sacarle brillo a sus zapatos, con lo que me sobraban quince minutos para tomar leche y volver a clase.

Siempre había sido un desordenado y las tareas domésticas no me eran fáciles. Pero quería agradar a Welsh que no era miembro de ‘Pop‘ y parecía llevadero. Aprendí a hacer la cama perfectamente y me aseguraba de que todo estuviera reluciente, incluída la ventana. Nunca me pedía hacer cosas de más pero siempre me afanaba porque sabía que cualquier día me podría llamar otro prefecto si me descuidaba.

Aveces Welsh estaba en su estudio cuando llegaba para la limpieza matutina. Supe que su padre era diplomático y que su família vivía en Roma.  De pequeño había vivido en Atenas por tres años, cuando su padre estaba destinado allí. Todavía se acordaba bastante de Griego moderno. Había estudiado lenguas Clásicas y esperaba entrar en Cambridge. Hablaba bien Italiano, y cuando le hablé de mi interés por los idiomas, se ofreció a enseñarme algo de Italiano.

Mientras desempeñaba mi trabajo, tuve ocasión de conocerlo cuando se sentaba en su mesa con sus libros. Su pelo era negro con un flequillo a lo James Dean. Tenía ojos verdes con toques de marrón que hacían juego con su piel aceitunada y una barbilla fuerte. Me gustaba como vestía informalmente y su cadena de oro que le daba un aspecto continental.

Le dije que sabía un poco de Francés y Alemán por las niñeras que había tenido de pequeño. Después de que despidieran a mi última niñera alemana por sus métodos de baño, habían contratado una tata francesa que tres años después de cumplir los once años y se marchó al ya no necesitar niñeras. Para entonces ya podía conversar bien en francés y defenderme en alemán, lo que era más que lo que sabían los otros chicos de mi clase. Lo mantuve en secreto para que mis profesores pensaran que era inteligente.

Para impresionar a Welsh, encontré un libro de italiano autodidacta, y estudié los verbos en la Librería.

Me dijo que no era tan difícil aprender lenguas, una vez descubrieras sus raíces comunes, vibraciones universales y onomatopeyas. Por ejemplo, las serpientes siempre siseaban en todos los idiomas y que hasta la ese tenía su forma. Me enseñó a utilizar la boca y entonar la voz con sonidos diferentes. Me explicó que el francés se hablaba al frente de la boca y fruncían mucho los labios, que los italianos hablaban desde la garganta y los españoles más abajo todavía. Si se aprendían estos trucos, sería fácil de cambiar de una lengua a otra con una mínima confusión.

“Trata de hablar inglés con un forzado acento francés y verás” me dijo.

En la Biblioteca descubrí cosas sobre la historia del colegio. El edificio principal había sido originalmente la sede de los Fitzgerald, família aristocrática católica que la habían llamado Edificio de San Nicolás el Estilita. Después de la primera guerra mundial se había vendido para usarlo como colegio público y se había agrandado la capilla. Como ahora era Anglicano, los rectores le habían cambiado el nombre a Universidad de San Nicolás en Berkshire.

No había un régimen religioso estricto pero la ley local exigía a los colegios celebrar oficios cada mañana. Aparte de tener capilla diariamente, Había una ceremonia más larga, los Domingos, dónde cantábamos himnos y salmos y oíamos sermones del director sacados de la Biblia.

Como Welsh estudiaba lenguas clásicas, me esforcé en estar atento durante las clases se Latín y Griego que no encontraba ni fáciles ni interesantes. En S. Pancracio el Señor Stitchings nos había dicho que estudiar Griego nos abriría las puertas del Paraíso, pero hasta entonces me resultaban más como las puertas del Infierno. En vez de dispararnos la imaginación con la riqueza de la cultura y mitología griegas, se nos decía que aprendíamos griego porque era ‘bueno‘ para nosotros. Se nos enseñaban los artículos masculinos, femeninos y neutros, en singular y en plural con sus quinces inflecciones; las primera, segunda y tercera declinación con sus nombres en nominativo, vocativo, acusativo, genitivo, dativo y ablativo y los verbos pasivos y activos; el subjuntivo y el espíritu.

Esta gramática impenetrable rea demasiado para cualquier jóven de catorce años y me pasaba la mayor parte del tiempo sentado en la última fila, soñando despierto.

Como en casa teníamos un piano de cola que siempre quise tocar, decidí apuntarme a lecciones de piano. Las enseñaba una señora polaca llamada Señorita Malinski enseguida me puso a practicar escalas, arpegios, y melodías sencillas. Era rubia y tendría unos treinta años. Siempre usaba faldas sueltas que le colgaban por debajo de las rodillas. pensé que estaría avergonzada de su gran trasero, porque usaba jerseis largos y cuando sentaba al piano cubría la banqueta con su falda lo que , de alguna manera disimulaban sus nalgas cuando se ponía a tocar. A pesar de su trasero y muslos enormes, tenía una cintura estrecha y sus pechos eran pequeños. Su cara era bastante bonita y me gustaba su rizado pelo claro. Sólo al levantarse se le notaba su desafortunado cuerpo en forma de pera.

Además de la Señorita Malinski, había otra profesora en San Nicolás. Era un rinoceronte de mujer llamada Señora Stokes que lucía un asomo de bigote. Enseñaba biología que me parecía bastante interesante.

Una vez a la semana teníamos entrenamiento militar. Consistía en ponerse el uniforme militar, pulir cantidad de botas y jugar a soldados bajo las órdenes del Coronel Hitchen, el profesor asistente de matemáticas.

Pronto aprendimos los deberes y reglas por las que nos castigarían de no ser cumplidos: no correr por los pasillos; no meter las manos en los bolsillos para los de cuarto grado; ninguna insubordinación con los prefectos ni con los profesores. Estaba prohibido fumar y se debía acabar toda la comida. El pueblo estaba fuera de límites excepto los Sábados y el cine era sólo para los prefectos. El consumo de alcohol y los contactos sexuales resultarían en expulsión.

Los chicos de cuarto grado no tenían sala de reunión ni de estudios. Si queríamos leer o estudiar, teníamos que encontrar un banco o echarnos en la cama. Los del quinto y más arriba, tenían una sala común con compartimentos individuales donde ordenar sus libros y mesas escogidas. Esto parecía un gran privilegio. Los de sexto, compartían estudio con un compañero. los mayores tenían estudios privados y los prefectos tenían una cama además.

Pronto me aprendí las manías de los distintos miembros del personal. El director - el Señor Llewelyn-Smith - se estaba quedando calvo,  tenía un bigote rojizo, ojos de zorro y cejas prominentes. Su mujer, que sufría de alopecia, también era calva y llevaba peluca. Los chicos los habían apodado El Zorro y la Sarna ya que en Griego alopecia significaba lo mismo. El Zorro enseñaba Clásicos a los de l sexto curso y llevaba los ritos de la capilla, envuelto en una casulla ondulante. El Señor Wellington-Lloyd enseñaba mates y era el enano que había conocido el primer día. Se tenía que poner de pie sobre una caja, para llegar a la pizarra y tenía unos pedales especialmente altos en su coche. Tenía buen sentido del humor y estaba casado con una mujer de talla normal. Welsh decía que los enanos tenían la reputación de ser buenos amantes.

Para Griego y Latín, teníamos al Señor Tatton-Brown que tenía aspecto de alcohólico y muy mal humor. Lejos de inspirarnos con el poema de Troya o las excentricidades de los Emperadores Romanos, lo que lograba era que dejáramos los estudios antes.

Para Francés y Alemán, teníamos al Señor Tibbs de larga barba. Ronald Boxer era el profe de gimnasia y aunque medio calvo , era muy peludo en el resto del cuerpo. Mi director - el Señor Gittings - se encargaba de Teología y Geografía.

Además de los profesores principales, estaban los maestros suplentes, escogidos de la última cosecha de graduados universitarios, que querían tener unos años de experiencia antes de seguir adelante.

A pesar de no apasionarme el colegio tenía sus ventajas comparado a mi vida en casa donde sólo tenía libros y animales como compañía. Por lo menos aquí había otros chicos con quien intercambiar ideas y con los que divertirse. En casa me sentía aislado por completo del mundo exterior.

A pesar de las prohibiciones, intentábamos seguir la última moda. Cada día añadía a una lista mental, todas las cosas que me quería comprar en Edimburgo: un tocadiscos, zapatos, pantalones tubo, una bicicleta.

Hice un par de amigos durante mis primeras semanas en S. Nicolás. Estaba un oriental llamado Bush que llevaba gafas culo de botella. Me dijo que sus padres eran inmensamente ricos y que era tailandés, pero nosotros lo llamábamos el Chino Bush. Aunque estaba conmigo en clase, era nueve meses mayor que yo y solía darme cigarrillos tras el pabellón de cricket. También estaba el apuesto pero no muy inteligente Mark Junior, con el que corría y jugaba al squash. Creo que él y yo éramos de los únicos a los que nos gustaba correr. A los alumnos los mandaban a correr como castigo.

Finalmente me vengué de Harvey. Con la ayuda de Mark Junior que me apoyaba moralmente, nos tomamos un tiempo de nuestra labor como ‘esclavos’. Escondiéndome con él en la capilla, quité el crucifijo del altar y lo guardé en mi petate. Corrimos al dormitorio de Harvey y lo colocamos en el baúl bajo su cama.

Como el crucifijo era único, los perfectos ordenaron buscarlo de arriba a abajo y que ‘pop’ disciplinara al ladrón. Encontraron el objeto perdido, bajo la cama de Harvey. Claro que protestó, diciendo que otro lo habría puesto ahí. Pero como era un fanático religioso que rezaba en la capilla con tanto fervor, no le creyeron. Seguía insistiendo en su inocencia y me culpó de la travesura. Yo lo negué en rotundo.

Como los prefectos no se aclaraban sobre quien era culpable, se adjudicó el caso a ‘pop’. Tampoco podían decidir nada , así que alegremente tiraron una moneda a cara o cruz. Harvey había había elegido ‘cara’y al perder, recibió la paliza.

Más tarde , me acusó de ser el culpable de su desgracia, pero dijo que como Jesús en la Biblia, pondría la otra mejilla y me perdonaría.

Empecé a sentirme culpable y le dije ‘seamos amigos’. Me dio la mano mirándome a los ojos y dijo ‘vale’.

Aunque hice el esfuerzo, nunca pude hacerme su amigo y pronto lo olvidé ya que en mi cabeza ya se iban formando nuevas amistades.                 

             
                       


    


  























Los Dioses Griegos.





Uno de los problemas que tenía el Señor Wellington-Lloyd, nuestro enano profesor de mates, era que su tamaño diminuto lo hacía propenso a los accidentes. Un día que Mark Junior y yo corríamos por el pasillo para no llegar tarde a nuestra próxima clase, se topó con él que salió disparado por los aires.

“Si os gusta tanto correr,” nos dijo limpiándose, “correreis  las cinco millas que hay hasta mi casa el Sábado por la tarde y con suerte podreis tomar un vaso de agua antes de volver”.

Desilusionados por tener que perder nuestra única tarde libre, nos indicó como llegar hasta su casa.

Era una tarde despejada de un mes de Noviembre templado, cuando empezamos el castigo. Los árboles ya perdían sus hojas que cubrían el suelo, soltando un olor a humedad. El aire estaba teñido de humo procedente de la quema de basuras otoñales. 

Nos llevó cerca de cuarenta y cinco minutos, haciendo footing por los senderos silvestres, para llegar a la casa del profe. Resultó ser una casa de tejas, diminuta, que me recordó a la del cuento de hadas. Llamamos a la puerta pero nadie respondió.

Rodeando la casita, echamos un vistazo por las ventanitas. El techo tenía vigas, era muy bajo y las habitaciones mínimas. Mark y yo decidimos que el enanito debía haber echo la casa a su medida y que su alta esposa se golpearía constantemente contra todo.

En el lado opuesto de la carretera, había un campo vallado con varios caballos y un establo. Al cruzar para mirar de cerca, oí el sonido de unos cascos apareció en la carretera, un hombre de cara fresca con gorra y chaqueta de tweed.

Al pasar, le pregunté si era vecino del Señor Wellington-Lloyd ya que éramos alumnos suyos y estábamos citados. Nos respondió que lo conocía pero que él vivía en el pueblo y venía a vigilar a sus caballos.

Al hablar, sujetó al caballo para que se quedara quieto, pero retrocedió chocando Con un obstáculo en la hierba. De repente, se agitó violentamente . Ví que sus patas traseras estaban atrapadas en un alambre de espina. En un esfuerzo por controlar al animal, lo sujetó con fuerza pero el caballo lo derribó. El hombre cayó en una zanja y su potro se desbocó por el camino arrastrándo un trozo del alambre.

Mientras el hombre se incorporaba maldiciendo, instintivamente perseguí a su caballo temiendo que chocara con algún coche. Lo encontré a media milla, pastando bajo un roble al lado del camino. Se había librado del alambre y parecía haberse calmado.

Me acerqué despacio y, rápidamente, agarré una de sus riendas. le acaricié el cuello, le hice unos mimos, lo monté y empecé a llevarlo de vuelta. Al rodear el camino, vi que Mark y el hombre -cojeando- venían a nuestro encuentro.

Al ver que había recuperado al caballo, se pararon y me esperaron.

El hombre, que se presentó como Señor Ramsbottom, me lo agradeció de corazón y preguntó si lo cabalgaría hasta el campo para poderle quitar el arreo.

Me ofrecí a desensillarlo y me dio las llaves del establo donde se guardaba. Seguí, dejando que Mark me siguiera con el granjero cojo.

Para cuando llegaron, ya había guardado los arreos, atado el caballo y desinfectado la herida de la pata con algo de violeta genciana.

El señor Ramsbotton se impresionó claramente por mi esfuerzo y nos ofreció usar los caballos cuando quisiéramos.
“Siempre que no los forceis al límite” añadió.

...