lunes, 25 de febrero de 2013

El sueño de la muñeca Nancy Maravilla



Había resultado tan fácil escapar de lo convencional, era tan sencillo pasar invisible y despertar una sospecha que muchos preferían ignorar... Subía por una trampilla situada en la portería de la casa. Entraba cuando el servicio de limpieza sacaba los cubos de la basura y permanecía en su pequeño cubículo, rodeada de penumbra y restos de yeso y maderas de la reforma. Era una niña rubia de pelo liso y largo, escapada de algún infierno al que no quería volver, pasa con los niños a los que no préstamos la atención necesaria y pasa muchas veces... Su historia no es diferente, no era traumática, ni estaba enferma hasta el punto de despertar esa compasión que es casi obligada por los dramas. Era una más entre nueve en un hogar y de una familia bien avenida y con sus nueve años ya había tomado la decisión de no querer pertenecer a aquel mundo... No por molestia ni por rebeldía, ya sabía de una forma completamente consciente que aquel no era su lugar y que a pesar de las dificultades, saldría adelante. Más adulta incluso que sus maestros, más valiente que sus hermanos, más sabía que sus padres... Porque todo procedía de su intuición y de ver como la escuela, las riñas familiares y la lucha absurda que se libra en su colegio con todos sus compañeros, no era su vida... Y su saber era decidido y su paciencia infinita.
No se por qué la encontré una mañana, escondiéndome yo mismo de la vida, en un sueño donde encuentras la paz en el rincón más inmediato, por donde pasas todos los días antes de abrir la puerta. Porque también yo quise escapar y muchas veces lo logré aunque siempre me encontraban y yo mismo volvía. 
Solamente fue una casualidad que a mi edad yo entrara ese rincón de una forma fortuita y en ese momento ella no estuviera, pero inmediatamente percibí que aquel era un lugar donde había algo intangible, pero vivo. Tal vez por eso me quedé y me sentí bien.
Pasaron algunos días y trataba de volver para calmar mi angustia sin saber que estaba robando a aquella niña su pequeño hogar. 
Mi torpeza era evidente y al segundo día ya sabía el portero que algo había sobre su garita pero le advertí que sí descubría aquel secreto algo extraño rompería también su acomodada vida y que no era un lugar secreto, sino un refugio. Pensé que era mi refugio y ni siquiera me di cuenta que una tarde al entrar, ella estaba allí. Más arrinconada aún, compartiendo su lugar, permitiendo que yo también me acomodara... Vi como su pelo brillaba entre las brozas de madera y su pequeño cuerpo se amontonaba en un oscuro rincón de la ya penumbrosa guarida, entre restos de madera y yeso y sacos de papel...
Su silencio me hizo cómplice y su humildad y su mimetismo me estremecieron. No llegamos a cruzar palabra alguna. El pacto era implícito. Nuestro lugar secreto donde poder sobrevivir. Pero mi torpeza y mi tamaño había invadido un espacio sin mala intención, buscando lo mismo pero rompiendo aquella desastrosa armonía.
No tardé en romper aquel secreto y fueron razones que creí buenas e intenciones de ayudar las que atrajeron inmediatamente la atención de algo que se llama "legalidad" vigente, como la "igualdad, legalidad y fraternidad" vigilada por cámaras ocultas de un estado policial y corrompido.
Compartí aquella experiencia con una de mis hermanas y mi hermano, pues yo si tenía un sitio donde volver y mi vida era ya una piedra en su muro.
A pesar de todo seguía subiendo y como en un vagón de metro, permanecíamos sentados en silencio, escuchando el ruido infernal de la vida ajena, en nuestro rincón.
Un día, al entrar llevando una caja de la compra, sentí el empujón de una persona implacable y unas galletas de chocolate se esparcieron en el hall de la entrada. 
Al agacharme vi una bota sucia y agresiva que permanecía plantada y amenazante, impasible y absurda, avasalladora y brutal mientras trataba de recoger aquellas galletas... 
No dudé en parapetarme impidiendo su prepotencia y, de aquel modo, impedir su entrada y estropear su resuelta brutalidad, no dejé pasar un hilo de aquello que pretendía romper mi rutina y sobre todo no consentí en achantarme ante su intimidatoria mugre. 
Cuando recogí la última galleta, incluso sucia y con restos de polvo, permanecí como un muro, me levanté y girándome hacia aquel elemento belicoso, me la comí y cerré la puerta en silencio, dejando a ese personaje, fuera. 
No tardó en entrar y con una energía desbordante y violentamente, se avanzó hacia la pequeña trampilla con intención de precintar con una banda adhesiva, la entrada de mi pequeño chiscón. 
Con temperamento pero de forma educada, me acerqué y viendo peligrar que aquello no sólo iba a tener consecuencias para mi, sino que ya se habían desatado las iras del infierno, me interpuse, miré su absurda cinta y precisé que no era una cinta reglamentaria y que su uniforme no tenía jurisdicción en aquel lugar y le obligué a salir de aquel lugar hasta que no viniera con los permisos y órdenes perfectamente reguladas y como marcaba la ley. 
Por desgracia ya había topado en situaciones similares y algo aprendí que me hizo perder mi humildad y saber ser también un bruto y un luchador.
De mal talante, marchó. 
Ya sabía que aquello estaba sentenciado.
Aquel lugar inútil para otros, cerrado, aquel sitio donde alguien más que yo había encontrado su calor, alguien incluso más necesitado que yo, más frágil, ya no era seguro. Y mi intención era buena. Y mis galletas y unas mantas eran para hacer que el tiempo en el lugar secreto fuera más agradable y así estudiar otro posible lugar... Aquel edificio estaba lleno de pequeños lugares como ese... Yo lo sabía. 
Subí ante la mirada chismosa de algunos, y me encerré con la niña. La envolvía con una manta y ofrecí mis galletas... La encontré con una amiga. Me sorprendió que fuera otra niña pequeña pero la conocía. 
La amiga que era vecina, me explicó la situación y fue la primera vez que supe el nombre de mi compañera de refugio...
Los rumores vuelan con el viento... Pronto llegó la mañana y con ella vinieron a preveernos mi hermana primero y luego mi hermano mayor. 
Permanecí con mi compañera de fatigas, aquella última noche, como uno convive con sus miedos más horribles. Traté de protegerla a pesar de su dureza y hermetismo. 
Llegó mi hermana y se espantó de encontrarme en aquel lugar, pero inmediatamente me eché a sus brazos. Yo no soy tan fuerte com mi compañera... Me derrumbé en aquella situación donde aún no había víctimas pero sabía que traería consecuencias desagradables para aquella niña... Posiblemente la niña era también yo...
Ante la mirada de los hipócritas y aquellos que conocía, llenos de prejuicios, salimos acompañando a una manta donde supuestamente se ocultaba aquella niña.
Mi hermano llegó y justo antes de la carga policial consiguió dar una explicación completamente desconcertante que desarmó al contingente.
Otra hermana, estaba esperándonos en el portal. Se ocupó de nosotros, bueno de mí y de aquella manta que agarraba como un tesoro... 
Otra hermana calmó los ánimos de aquella gleba de parásitos acomodados y ciegos. Curiosos llenos de ira. Pequeños seres rendidos en sus batallas.
Ya en el coche, descubrí la manta y pude ver a la niña de pelo rubio. Ya era tarde y entre todos contemplamos como su luz se desvanecía entre los brillos de un sol poniente... 
Cómo escapar a aquella situación, era entrar en otro escondite donde se guardan los baúles vacíos. 
Me desperté en un mar de lágrimas.
Pensé..., no he visto a mis hermanos en años....
Sentí que aquella casa era donde yo había vivido toda mi infancia. Supe que mi madre estaba allí y que toda esta historia era algo muy personal, era una batalla perdida hace mucho tiempo. Abracé a mi madre...
La besé en la frente...
Me fui y volví a despertar. 
Y he escrito este sueño: un fleco de mi vida, como un asunto sin resolver, que aguarda a su sentencia final...