sábado, 6 de febrero de 2016

El mandala oriental, el pájaro azul y el caballero andante de los románticos


Un amanecer temprano, con limones y frío, en espera de un viaje para asistir a una presentación y ver a la familia. La isla es todo un continente con sus países y sus pueblos, donde uno se refugia de la multitud y a veces se queda solo, aislado, incomunicado pero nunca calla. En la alfombra delante del fuego, viaja sin parar, retrocede cuando ve riesgo, a veces se atreve pero siempre son riesgos calculados. Aunque hoy no esperaba la visita de la marañosa zarza, oculta bajo la tierra había empezado a brotar y a comerse el hormigón del cimiento de esta casa que es un fuerte.

"El conocimiento es una riqueza que se puede compartir sin empobrecerse." Ay que gran verdad y que loco se vuelve cuando, en exceso, la lengua se traba por saber sin compartir. Y a este cuadro es al que viene el caso. Crece tanto el mundo que las mentes brillantes no son capaces de hacernos comprender la necesidad de compartir de hecho y las riquezas materiales que son tan privilegiada posesión, puede llevar también, por mal interpretase, a la intriga y al secretismo. Es ahí donde comienza la burla y la codicia.

De noble causa puede proceder tan rico y fértil proceso, desbaratando en un momento la buena intención por el simple hecho de acumular valores que tantas veces se desperdician en bobadas y caprichos. 

Pero siempre es mejor escuchar y callar y aportar lo que se conoce cuando es necesario, pues tanto saber y tanto exceso de iniciativas renovadoras puede ser tan inútil como no hacer nada, que es hacer mal. Mejor es hacer nada que no hacerlo.

Y aprender el silencio. Escuchar, que es amar. 

No esperaba nada extraordinario, era el dulce paso de las horas y los días que tenían su propio trabajo, ocupado en los pequeños detalles que cada hora dictaban apaños con los que la vida seguía adelante. Incluso así, había tantos cambios en el humor y en el entorno que a veces no daba a basto con el control de emociones: pensar con el corazón y sentir con la mente.

Entonces ya pasó. El tiempo quedó lleno de gente, de acciones y sentimientos, algunos muy contradictorios, todos en un instante que ahora intentaba acariciar, como a un perro en el campo durante el paseo. Pensar en que la palabra no tiene mucho sentido y que recordar era escribir lo que ya es. Leer también era viajar, en las palabras de otros, y contar que incluso la palabra -cuando es traducida- ya tiene otro sentido y dictada es ya contenido. 

Había comprado unos libros y solo de nombrarlos antes de leer, fluían nuevos autores que también debía conocer. Aprender, recordar, sumar y practicar. Son tantas las horas que dedicó a no pensar que a veces dolía el vacío y se llenaba de aire como un globo.

Y de este resplandeciente brillo ante un cielo oscuro antes de amanecer, vio como las últimas frases de un libro eran luces que ya habían prendido un fuego antiguo y apagado. Y el sonido agudo del silencio recordó el bullicioso crujir de una pisada entre tantas que fueron su viaje. Y se empezó a romper su rodilla lentamente, recordando tantos caminos que le llevaron al fin a nada.



No quiso acabar, ni dar por sentado, ni continuar. Solo citar una última frase: <<[...]"Un solo instante más, un momento de reposo en el viento, y otra mujer me dará a luz">>.

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