miércoles, 21 de noviembre de 2012

cansado a mitad del juego...




La película es "La delicadeza" y el año había sido tan fértil como absurdo... Todo empezó con la bronca diaria en un día de Reyes, sin regalos y sin nada de ritos ni rezos, con la persona que me acompaña desde hace ya más de veinte años...  Yo salí intempestivamente con la mochila y un fajo de billetes, el último que he tenido, rumbo a los Alpes, temiendo un nuevo intento de vuelo sin motor en caída libre por uno de los acantilados de la isla. 

Mi querido compañero de fatigas, un hombre con mucha paciencia, incluso demasiada, rayando casi en la austeridad emocional de la roca viva, me persiguió en el coche para acercarme al aeropuerto y no mantener más este tipo de escenas a las que tengo especial propensión. Yo cogí un atajo y caminando deprisa, ya estaba subido en el taxi que me esperaba en un estanco de tabaco cerrado junto a la carretera. Esas situaciones de día de fiesta en que no pasa nadie, no hay nada abierto y el plomo de las celebraciones ajenas se siente como un ladrillo azul cielo que lo aplasta todo..., casi mejor que no pase nadie o mejor todavía si me arrolla un coche y muero en el instante.

Esta ignorancia de saber de todo muy poco y hablar demasiado, escribir demasiado y pintar poco en la vida, me ha llevado siempre al límite de ser fusilado por pretencioso y por maleducado. Lo del mal gusto y las faltas de ortografía podría colgárselo al corrector automático o a internet. Pero no..., va en el mismo paquete ese que estaba subido con una mochila y el último fajo de billetes en aquel taxi rumbo a una estación de esquí. Volvía a huir de mi mismo...

Con casi cincuenta años uno no debería o ya tendría que saber que aprender a esquiar va a resolver los problemas y que buscar nuevos amigos es algo poco probable... Bastaría con recordar el episodio en la oficina de empleo, cuando trataba de presentarme como posible candidato a un puesto en el que no hiciera más que guardar libros de una biblioteca o dar opiniones sobre sí este cuadro de tal pintor estaba bien colgado en las paredes de un museo. No pedí ayuda a la señora que no levantaba la cabeza de su teclado, no respondí a las preguntas que cubrían una estadística sobre la situación laboral en el país. De hecho no creo que viera en mi una posibilidad de inserción en ninguno de los apartados que seguro tienen tipificados en su listado... Me alegró saber que mi anterior trabajo había sido como camarero en una hamburguesería, pero que mantenía mi estatus como auxiliar administrativo... Que pocos galones he conseguido en la vida, pero que reconocidos están en los archivos de Hacienda. 

Al arranque de pánico, por supuesto, me acompañaba mi sombra -más bien mi luz- que a las siete de la mañana y después de una cola de personas bastante preparadas con sus documentos y sus pantalones de trabajo, hacían del día una estampa propia de los años de la posguerra, cuando venían a la isla los americanos y se encontraban con una población autóctona pintoresca y amable. Nosotros -en todo caso- éramos los americanos en aquella cola del paro. 

El amigo me dejó en la desordenada fila, mientras se tomaba una cerveza y unas tostadas en el café, junto a la verja cerrada de la susodicha oficina y leía el periódico con aire despreocupado. Ya en el revuelo que precede a la apertura, se incorporó a mi lado como sí aquello fuera una pescadería y yo le estuviera guardando la vez, comentando que el tiempo iba a ser soleado y con temperaturas agradables. Perdí la vez, perdí la paciencia, perdí la dignidad y una vez más supliqué seriedad, que no era el momento ni el lugar para ir con camisa de raya diplomática y cartera de ejecutivo entre una marabunta de gente profesional sin trabajo... 

De verdad que lo vi todo como una exposición de arte contemporáneo dadaísta. Peor, como el manifiesto de la Bauhaus.

Ya con la satisfacción del deber cumplido nos fuimos a tomar una caña y luego almorzamos con un conocido que nos había dejado sin la única posesión terrenal después e haber vendido una finca por un precio bastante curioso. Su comentario, francés él, ante mi agitada mañanita, buscando mi número de seguridad social y otros quehaceres  rutinarios, fue: claro que tu estabas inquieto pero mi amigo "se sentía bien en su piel"... Es complicado transmitir el mensaje en su contexto y espero que el lector, tenga un poco de imaginación..., que a mi me falta conocimiento para expresarlo con palabras.

Pues de ahí al taxi en día de Reyes, pasaron solo unos meses.

Huía realmente o traté de salvarme de un cargo de homicidio con premeditación y alevosía?

Soy cómo la hierba que ve un conductor desde su coche, que cambia de color según esté en cultivo de girasoles o entre los alcornoques de un latifundio a lo largo del camino... Mi pequeña raíz se seca cada estación y cada año vuelve a salir, ahora verde, luego amarilla y a veces negra y quemada por el frío o por el fuego. Y es esa raíz minúscula que me hace sentir cada palpitación como un ataque de nervios, ansiedad, pánico... Vida que todos tenemos y cada cual la supera como puede... Pero esos años que un desgarbado joven podía permitirse, acompañado de amigos y curiosidad, visitar y caminar y ver y llorar, se han convertido en un calvario sin pasión y sin valor. 

Y aquí me encuentro de nuevo, esta vez sin fajo, sin taxi y sin fuerza de montar una escena... Eso sí..., con el trabajo de asesoramiento tras largas negociaciones sobre una venta millonaria de la que no recibiré ninguna compensación, las telas pintadas para otra exposición sin fecha, los favores y atenciones que me ha sido posible ofrecer a algún desconocido y un frío intenso en el corazón y en los pies...

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