sábado, 24 de noviembre de 2012

Dolores imaginarios





Amanece un nuevo día soleado y radiante del otoño de mi vida... Me he roto el dedo gordo del pié y sufrí las alucinaciones que provocan algunos analgésicos durante toda la noche..., muy curiosas por que todas tenían que ver con clases de Pilates y un maestro que no paraba de bailar en puntas. Creo que ha sido un castigo por niño malo y por pisar el acelerador en un ataque de ira...

Había un grupo de personas, de alumnos que me acompañaban y algunos de ellos eran avanzados en la disciplina que el profesor impartía en una sala grande llena de cintas elásticas y sillas con muelles. También había columnas de las que colgaban arneses para todo tipo de ejercicios de flexibilidad y cuerdas con poleas... Nuestro gurú no paraba de moverse entre las columnas y hacía poco caso de los menos aplicados. Otros -al contrario- en vez de ayudar a sus compañeros, danzaban e interpretaban aquella disciplina como una actuación espontánea que no requería más aplauso que la simple contemplación y eso nos daba un descanso para desenredaremos de tanto aparejo.

El docto y mudo profesor, no atendía a las caídas y errores de muchos que aún seguíamos torpes en la clase, al contrario, seguía danzando como un cisne y los había también que se movían con admirable técnica... No era un error que me encontrara en aquel sitio... Yo también hacía mis pinitos y de hecho no sentí mi dedo gordo en ningún momento, sólo antes de despertar como sí me hubiera caído.

Despertar, ese enemigo que tengo desde hace tiempo con la vida. Repito con demasiada frecuencia algo que no me ayuda en mi insomnio crónico: temo dormir porque me da miedo despertar. Y es la conciencia esa que amanece antes que el cuerpo, la que me aterra. Esos pensamientos que se agolpan como critica de la razón pura y que no soy capaz de retener para escribirlas al menos... Entiendo mi vida con perfecta claridad justo antes de que mi cuerpo se levanté o mis dedos cojan siquiera una pluma para escribir. Son -de verdad- la solución que daría a todos mis tormentos, con los que luego tengo que bregar el resto del día hasta que llega la hora de volver a dormir... Odio dormir, porque no me gusta despertar. Me encantaría estar o siempre dormido o siempre despierto, pero esa mezcla de morirse un rato para aparecer en otro momento del día como sí de otra vida se tratase, me espanta y me deja anulado...

La vida es más llevadera cuando uno está drogado de su propia endorfina y las mías ya están más que consumidas. Soy cómo una bandeja de pasta fresca envasada al vacío a punto de caducar... Que importa que esté pasado de fecha si de todas formas seré devorado tarde o temprano, con mohín y hervido en una olla. Será la salsa la que me dé un poco de color y sabor..., la salsa caribeña claro.

Pero volviendo a aquella nave, me pregunto cómo no me automedico con más frecuencia para tener estas alucinaciones. Posiblemente es porque no me rompo un dedo todos los días pero no es mal plan si es la razón que necesito... No tengo tantos dedos pero el dolor, decía el padre viejo del Paul Newman en "La gata sobre el tejado de zinc" es lo único que me queda, cuando se retorcía en aquel sótano lleno de antigüedades y recuerdos y buscaba la morfina para aliviarse..., pero no, luego la rechazaba sabiendo que serían días lo que le restaba de vida y quería sentir cada momento... Que raro que admire yo esa valentía cuando sería el primero en pedir una caja más para tener a mano por sí acaso...

Y eran gráciles como aves en la gigantesca nave que volaban sorteando los muros y los pilares de hormigón, sin ningún ornamento, ni efecto sonoro, sólo sus cuerpos que a ritmo de un implacable dictador, creaban esa sensación celestial donde los ángeles y los hombres campaban entre sofocados suspiros, otros sin aliento siquiera y en un silencio sepulcral, como si en el vacío del espacio entre las galaxias llenas de colores y nubes de polvo cósmico nos encontráramos... Sólo brillando las estrellas que sabían interpretar aquella danza y los demás agujeros negros. Me encantaba ver la facilidad con la que los improvisados alumnos se desvanecían de las sillas de ruedas negras y las correas que a mi se me enredaban. Pero ni siquiera un grito, ni una llamada de auxilio... Aquello era puro, como el reino de Zeus y a su golpe de rayo no había nadie que se atreviera a protestar... Ni siquiera una pregunta de ¿pero esto para que sirve? o ¿cómo se cuelga uno de esta cuerda? Nada... Todo era una malla y yo no era gordo y nadie era viejo... El paraíso.

Sueños así no tengo con frecuencia y deseos no me faltan. Tiene que ver con este aislamiento y esta crisis de identidad que llevo años sorteando. La heridas de una vida extrema no cierran con facilidad y desde luego el ostracismo al que me veo obligado, por timidez o por miedo, no ayudan... Pero quien no tiene dudas no tiene vida... La certeza y el futuro son malos agüeros y en palabras de Max Ernst "el artista que se encuentra a sí mismo está perdido"...

Seguiré creyendo que esa duda razonable que salva a tantos asesinos peores que yo, sea un fértil abono para el resto de mi vida, que a las morfinas ni las drogas quiero yo volver, habiendo sufrido ya bastante desprecio de mi mismo y tiempo perdido...

De las faltas de mi infancia que no fué más que una adolescencia prematura no hay culpa ninguna y dese luego solo deseo que esta vigilia constante en la que vivo, aunque muchos saben que es un sueño de locura, se llene de imágenes y de libros y de pinturas y escritos inconclusos como las sinfonías incompletas que ya -sólo por su nombre- me gustan más que muchos otros contundentes conciertos numerados y catalogados como obras maestras... Pinturas destrozadas por el tiempo, esbozos de grandes obras de arte, este Arte Moderno que parece haber olvidado las normas y que deja a sus piezas como rotas antes de romperse... Tantas teorías sobre relatividad y cuerdas... Todo eso que llene mi cabeza que no tiene mucho de disciplinado, como en la clase de Pilates, pero que se inquieta y valora la incertidumbre y desea la duda como alimento de la imaginación, a pesar de que nada sea capaz de llevar a cabo, a buen puerto o al martillo de madera en una subasta seguido de la palabra: vendido!.


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