Amanece
un nuevo día soleado y radiante del otoño de mi vida... Me he roto el dedo gordo del pié y sufrí las alucinaciones que
provocan algunos analgésicos durante toda la
noche..., muy curiosas por que todas tenían que ver con clases de
Pilates y un maestro que no paraba de bailar en puntas. Creo que ha sido un
castigo por niño malo y por pisar el
acelerador en un ataque de ira...
Había un grupo de personas, de alumnos que me acompañaban y algunos de ellos eran avanzados en la disciplina que
el profesor impartía en una sala grande llena de
cintas elásticas y sillas con muelles.
También había columnas de las que colgaban arneses para todo tipo de
ejercicios de flexibilidad y cuerdas con poleas... Nuestro gurú no paraba de moverse entre las columnas y hacía poco caso de los menos aplicados. Otros -al contrario- en
vez de ayudar a sus compañeros, danzaban e interpretaban
aquella disciplina como una actuación espontánea que no requería más aplauso que la simple contemplación y eso nos daba un descanso para desenredaremos de tanto
aparejo.
El docto
y mudo profesor, no atendía a las caídas y errores de muchos que aún
seguíamos torpes en la clase, al
contrario, seguía danzando como un cisne y los
había también que se movían con admirable técnica... No era un error que me encontrara en aquel
sitio... Yo también hacía mis pinitos y de hecho no sentí mi dedo gordo en ningún momento, sólo antes de despertar como sí
me hubiera caído.
Despertar,
ese enemigo que tengo desde hace tiempo con la vida. Repito con demasiada
frecuencia algo que no me ayuda en mi insomnio crónico:
temo dormir porque me da miedo despertar. Y es la conciencia esa que amanece
antes que el cuerpo, la que me aterra. Esos pensamientos que se agolpan como
critica de la razón pura y que no soy capaz de
retener para escribirlas al menos... Entiendo mi vida con perfecta claridad
justo antes de que mi cuerpo se levanté o mis dedos cojan siquiera
una pluma para escribir. Son -de verdad- la solución que daría a todos mis tormentos, con
los que luego tengo que bregar el resto del día
hasta que llega la hora de volver a dormir... Odio dormir, porque no me gusta
despertar. Me encantaría estar o siempre dormido o
siempre despierto, pero esa mezcla de morirse un rato para aparecer en otro
momento del día como sí de otra vida se tratase, me espanta y me deja anulado...
La vida
es más llevadera cuando uno está drogado de su propia endorfina y las mías ya están más que consumidas. Soy cómo
una bandeja de pasta fresca envasada al vacío
a punto de caducar... Que importa que esté pasado de fecha si de todas
formas seré devorado tarde o temprano,
con mohín y hervido en una olla. Será la salsa la que me dé un poco de color y sabor...,
la salsa caribeña claro.
Pero
volviendo a aquella nave, me pregunto cómo no me automedico con más frecuencia para tener estas alucinaciones. Posiblemente
es porque no me rompo un dedo todos los días pero no es mal plan si es
la razón que necesito... No tengo
tantos dedos pero el dolor, decía el padre viejo del Paul
Newman en "La gata sobre el tejado de zinc" es lo único que me queda, cuando se retorcía en aquel sótano lleno de antigüedades y recuerdos y buscaba la morfina para aliviarse...,
pero no, luego la rechazaba sabiendo que serían
días lo que le restaba de vida y
quería sentir cada momento... Que
raro que admire yo esa valentía cuando sería el primero en pedir una caja más para tener a mano por sí
acaso...
Y eran gráciles como aves en la gigantesca nave que volaban sorteando
los muros y los pilares de hormigón, sin ningún ornamento, ni efecto sonoro, sólo sus cuerpos que a ritmo de un implacable dictador,
creaban esa sensación celestial donde los ángeles y los hombres campaban entre sofocados suspiros,
otros sin aliento siquiera y en un silencio sepulcral, como si en el vacío del espacio entre las galaxias llenas de colores y nubes
de polvo cósmico nos encontráramos... Sólo brillando las estrellas que
sabían interpretar aquella danza y
los demás agujeros negros. Me
encantaba ver la facilidad con la que los improvisados alumnos se desvanecían de las sillas de ruedas negras y las correas que a mi se
me enredaban. Pero ni siquiera un grito, ni una llamada de auxilio... Aquello
era puro, como el reino de Zeus y a su golpe de rayo no había nadie que se atreviera a protestar... Ni siquiera una
pregunta de ¿pero esto para que sirve? o ¿cómo se cuelga uno de esta
cuerda? Nada... Todo era una malla y yo no era gordo y nadie era viejo... El
paraíso.
Sueños así no tengo con frecuencia y
deseos no me faltan. Tiene que ver con este aislamiento y esta crisis de
identidad que llevo años sorteando. La heridas de
una vida extrema no cierran con facilidad y desde luego el ostracismo al que me
veo obligado, por timidez o por miedo, no ayudan... Pero quien no tiene dudas
no tiene vida... La certeza y el futuro son malos agüeros y en palabras de Max Ernst "el artista que se
encuentra a sí mismo está perdido"...
Seguiré creyendo que esa duda razonable que salva a tantos
asesinos peores que yo, sea un fértil abono para el resto de mi
vida, que a las morfinas ni las drogas quiero yo volver, habiendo sufrido ya
bastante desprecio de mi mismo y tiempo perdido...
De las
faltas de mi infancia que no fué más que una adolescencia prematura no hay culpa ninguna y
dese luego solo deseo que esta vigilia constante en la que vivo, aunque muchos
saben que es un sueño de locura, se llene de imágenes y de libros y de pinturas y escritos inconclusos como
las sinfonías incompletas que ya -sólo por su nombre- me gustan más
que muchos otros contundentes conciertos numerados y catalogados como obras
maestras... Pinturas destrozadas por el tiempo, esbozos de grandes obras de
arte, este Arte Moderno que parece haber olvidado las normas y que deja a sus
piezas como rotas antes de romperse... Tantas teorías sobre relatividad y cuerdas... Todo eso que llene mi
cabeza que no tiene mucho de disciplinado, como en la clase de Pilates, pero
que se inquieta y valora la incertidumbre y desea la duda como alimento de la
imaginación, a pesar de que nada sea
capaz de llevar a cabo, a buen puerto o al martillo de madera en una subasta
seguido de la palabra: vendido!.
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